lunes, 27 de enero de 2020

LA HORA DEL OLVIDO


LA HORA DEL OLVIDO de JESÚS URBINA CÁRDENAS

El intento del poema, la lucha con las palabras, el combate por dominar el lenguaje y porque el poema hable de un dolor y una perdida que es sensación más que palabra, es uno de los temas en La hora del olvido, libro que da cuenta de una reflexión sobre el proceso creador, sobre la memoria y la pérdida, el amor y la añoranza. Ya sea en lo afectivo o en el diario transcurrir, esa búsqueda por recuperar, a través de los versos, aquellos instantes de felicidad que se esfuman y que por medio de la palabra regresan, son la forma de enfrentar el olvido.
Jesús Urbina muestra un conflicto, que la poesía reivindique el vivir, que sea oxígeno y alimento en una época donde lo inmediato y productivo son las exigencias del mundo. En este sentido las horas del trabajo, la oficina, no permiten disfrutar de lo que ocurre afuera, de la vida que acontece, que es jubilo y asombro, ya que el amor como el deseo se van extraviando con el paso de las horas entre papeles y compromisos que son ajenos al impulso del poema.
En esa batalla con las palabras no hay vencedores ni vencidos, quedan los poemas como cuerpos tendidos al sol, en un libro que recoge una vida, retazos de un pasado que emerge en cada verso, de un olvido que tiene en el lenguaje su forma de habitar la nostalgia.

Saúl Gómez Mantilla





(14)

Inventar un pájaro
con su canto
y el látigo de su tonada
golpeando la piel
de adentro hacia fuera

un pájaro que anide sus plumas
su pico afilado
mientras revolotea
la costura oculta del alma

un pájaro que quepa en mi mano
para tragarlo
hasta que cante esta música
áfona
                sin dientes




(37)

Vuela de mi mano un poema
mi mano que sabe de metáforas
mi tosca mano
vaivén
de luces y neblinas

esa mano áspera y sombría
toca tu puerta
te invita
pocos saben de esta angustia
de un llanto inacabado

de esta lágrima
como un huracán de uñas y salivas
como si el poema abofeteara
una furia sin ojos y sin dientes




(41)

Las palabras acorralan el silencio
nada pasa
en lo profundo de la hoja

el silencio reta
mueve sus alas
en señal de bienvenida

algo ocurre
como una guitarra muda
en lo profundo del abismo

el silencio es la voz del poema




(62)

La furia del poema
habita en el silencio
viejas deudas acorralan
acechan
esconden su pudor en la impotencia
eluden al cantor
lo menosprecian

no queda sino la huida
entender el lenguaje del silencio
su partitura inasible
el relámpago de sus asomos
sus ojos invisibles

la furia del poema
no deja escuchar sus escarceos
prefiere ocultar su piel
en los ojos impotentes



miércoles, 22 de enero de 2020

NOTAS OCULTAS de RAMÓN RUIZ CONTRERAS


La música atraviesa estas historias, como una partitura se suceden los hechos en torno a personajes reales, a angustias figuradas, y situaciones que desencadenaron en ellos, frustración, dolor, impotencia. Pese a ser sabedores de su genialidad, el cotidiano mundo los abatía.
Notas Ocultas indaga en ciertos pasajes en la vida de grandes compositores, Schumann, Brahms, Chaikovski, Beethoven, Gesualdo, deambulan en su cotidianidad, piensan y actúan según lo que consideran correcto o llevados por sus impulsos, y estás decisiones tendrán consecuencias, ya que su talento no es implacable a la hora en que la música sea el centro de sus vidas.
Con una prosa medida, usando las palabras a manera de una melodía, con sus silencios, sus crescendos, Ramón Ruiz recrea los temores, anhelos y conflictos de grandes músicos, que a la par que creaban bellas piezas musicales eran consumidos por un mundo que los atormentaba.
Por su parte Notas Sueltas, nos muestra la tensión que viven personajes comunes, encerrados en sus pensamientos, en su propio mundo, ajenos a lo que ocurre en el trabajo, el barrio o la oficina, aunque estén inmersos en esos lugares. La forma en que ellos y ellas perciben su entorno es opuesta a lo que ocurre en realidad, donde los comentarios y las burlas son el día a día. Los conflictos se develan detrás de ellos, los van cobijando y atrapando, teniendo como cómplice al lector, impotente espectador del futuro desastre.
Saúl Gómez Mantilla





El sobrino de Beethoven
  
El abrir de los postigos dejó la triste escena al descubierto: la lección de música reposaba inacabada sobre la mesa entre migas de pan y algunas gotas de café. Karl no se levantaba aún, a pesar de lo avanzado de la mañana. Ludwig subió despacio la escalera, levemente estremecido por el recuerdo de la ira de la noche anterior. La promesa que había hecho a Gaspar, su hermano, le bullía en la garganta; se mordía los labios, movía los dedos mecánicamente mientras por su cabeza cruzaba incontrolable la sencilla melodía que había compuesto para la tarea. Entró en la habitación sin hacer ruido y miró a Karl, desgajado sobre la cama, rodeado de sopor, de olor a mugre.  El querido sobrino que se revelaba cada vez más hostil tenía un marcado parecido a su madre sólo en las líneas de su rostro; en cuanto al carácter, todo era claro: el joven había heredado la conducta soez y relajada de su tío Ferenc. Contuvo la respiración y convencido de que no era mezquino su pensamiento se dejó poseer por una mezcla de asco y lástima, por la sensación del tiempo perdido, de lo inútil acariciado en el vacío, cuando su cabeza traía a la fuerza el rezago de tan poco grato personaje, tan maltrecho de espíritu a tan mediana edad. Nada tenía ya por ese entonces qué alentar en un violinista tan mediocre, en un ser tan incapaz de una emoción profunda y verdadera; nada debía tampoco rescatar de aquella última vez, luego del réquiem  en honor a la memoria de Gaspar, en que, de pie,  junto a la escalera de la iglesia y en lugar de la señal y el sitio acostumbrado, le había pedido que no volviera por su casa, que se quedase en la orquesta si así lo deseaba, pero que no perturbase más su tranquilidad y el placer de unas copas de vino con sus alegatos oportunistas, que su amistad era tema clausurado.
Con seguridad amarga se había repetido en silencio que con él todo esfuerzo hubiera sido en vano, como vanas fueran sus palabras, su conclusión de los asuntos, su visión limitada de los vínculos y las uniones humanas. Con vergüenza reconocía cuán ingenuo había sido tratar de transmitirle una pasión, cuan errático el haber intentado tocar su alma de la cual sólo salía un tufillo pestilente. Por fortuna, Karl tenía una voz maravillosa y el eco inocente de las injurias de su tío sonaba diferente; extrañamente amargas pero bellas. Era una pena que hubiese abandonado el coro, que estropease su voz bebiendo en la cantina hasta la madrugada y que rompiera los cristales de su casa cuando se negaba a abrir pronto la puerta en respuesta a su proceder inmanejable.
El vapor caluroso que empezaba a entrar por la ventana le hizo a Karl moverse. Ludwig se acercó y retiró con calma la cobija que le cubría los hombros, ni siquiera había tenido el cuidado de cambiarse las ropas para ir a la cama. Le sorprendía sobremanera percatarse de aquella voluntad minada a tan corta edad, como si los defectos heredados acortaran más su tiempo con el fin de destruir todo del todo. Ni un rastro de Gaspar, ni una idea, ni un trazo de aquellas convicciones tanto tiempo susurradas a su oído de niño. --Preferiblemente músico--, había dicho en su lecho de muerte como si cualquier cosa hubiera sido preferible a dejar avanzar el más mínimo síntoma de ese linaje rebelde y desasosegado.  Escribiría, sin duda, un fragmento más sencillo, más animado para la próxima clase. Tendría más paciencia, le diría a Berta que mantuviera el desayuno junto al horno hasta el mediodía. En todo caso, por excesivo que fuera el ímpetu de su sobrino, dominaría sus deseos de culpar su sangre y se sentiría grande en hacerlo.
El intenso calor hizo a Karl revolcarse entre las sábanas y una respiración profunda acentuó el gesto de su boca que traslucía la línea materna de su alma. Quizás hubiera poco qué hacer; ya no podía perturbarle el recuerdo de la desafortunada historia en la que Ferenc y Johanna, su cuñada, habían osado arrebatarle en los tribunales el derecho a cumplir la promesa hecha a su hermano; sólo la sucia revancha transformada en palabras ofensivas, en cuchicheos desconfiados, en confusas risas eran el epitafio de ese pasaje sobrevivido con ansiedad por tantos meses. Pensó que, al igual que en alguna de sus piezas, el final podría ser un nuevo comienzo, que el tiempo es engañoso y las almas sensibles lo perciben. Pero, ahora era un hombre mayor, y Karl un seminiño, sin puertas cerradas para abrir; quizás valiera en algo la pena engañarse una vez más a la espera de un poco de sol en el camino. Era cierto que Johanna poco había entendido del asunto, que su lucidez irregular ponía nieblas entre ella y todo, pero haciendo gala de una intuición que quedó brillando como una profecía bajo la sombra del árbol de su casa, había gruñido sin fuerza:
--¡Hago de cuenta que me robas a mi hijo! ¡Llévatelo! ¡Si odias a todo el mundo, terminarás odiando a tu propia carne!
Y no era que el amor por su sobrino hubiera disminuido con el tiempo; aunque Karl llevaba ya un largo tiempo viviendo junto a él, era la ambigüedad que su comportamiento producía en su ánimo lo que no lograba resolver. A una nueva ráfaga de calor retrocedió instintivamente, bajó las escaleras y tomó su sombrero de un rincón, donde había caído poco antes del despertar de la mañana.
Salió sin despedirse de Berta, ajustando la puerta con suavidad. Quería recorrer las calles, detenerse en las mismas esquinas, recomponer sus pensamientos, reencontrar lo no olvidado del todo. A sólo dos pasos sobre el piso de piedra alzó la mirada hacia la habitación de Karl. El muchacho bostezaba y se desperezaba con brusquedad detrás de la ventana. Con los ojos fijos en la escena y el deseo de alejarse y regresar al mismo tiempo, sintió una mezcla de terror y cariño que creía muerta hacía ya tiempo.  La figura del joven a través de los cristales rotos le arrojó a la memoria una sensación marcadamente disonante, un gesto lejano matizado de bruma, el martilleo redoblante de una cascada de risas descontroladas e indolentes.

Ramón Ruíz Contreras


lunes, 20 de enero de 2020

EL AZUL DE LAS COSAS



La poesía como un hogar, un espacio de familia, de rostros conocidos. Cerca se escuchan pasos y golpes a una puerta que al abrirla nos permite ver, entre páginas y letras, un reflejo de lo que somos.
En ese reflejo hay poemas que se convierten en un refugio, un lugar seguro para resguardarse del dolor, de la tristeza y la soledad; donde el poema es un abrazo y permite respirar, es tacto y vida.
Este libro es esa puerta, en él llegan las palabras adecuadas en medio de las sombras y la desazón. El poema es compañía, oración a un dios que no castiga, que muestra un camino donde otros seres, en otra época, sienten, transpiran y contemplan la vida que pasa.
En El azul de las cosas la poesía nos identifica, nos hermana, por eso los nombres y personajes como un conjunto de soledades que habitan el hogar forjado a través de las palabras, que ahora llegan al lector para hacer del poema un refugio, un lugar para siempre regresar.

                                                                                                                                                                                          Saúl Gómez Mantilla


Frente a un cuadro de Pollock


Vivimos con rabia
apretando los puños y los dientes
esperando la llamada que nos salve
del disparo en el espejo
el abrazo
que soporte una cabeza a punto de explotar.
Compramos libros
vamos al cine
visitamos museos, restaurantes
ciudades y cuerpos
buscando que algo bello nos sorprenda.
Vivimos entre la niebla y el abismo
vemos pasar navidades, cumpleaños
temblores y conciertos.
Gritamos
porque estamos cansados
pero seguimos
comprando sombreros y máscaras
emborrachándonos hasta perder el control. 
Regresamos del naufragio
para intentar terminar un cuadro
que al final,
quedará colgado junto a Modigliani y el Bosco
en la memoria de quienes nos amaron.


Si frente a ese cuadro
algo les conmueve
entonces valió la pena
cerrar los ojos
y saltar.




Fátima Mernissi


     Fátima de estrellas, mientras tú crecías danzándole a Alá, yo trataba de ordenar una serie de milagros y estigmas, material del Jesús en el que me correspondía creer. Sentí miedo de los patios que me hablaste, pues mi infancia no tuvo budud que controlara mis juegos, ni Amed que custodiara mis puertas. Envidié las visitas clandestinas al cine, la fuerza de una madre que se resistía a convertirse en estatua, esas ventanas prodigiosas que se abrían cada vez que te reunías con los tuyos a escuchar las mil y una noches.
    Fátima de lunas, algunas veces me cansó, quiero detenerme, ¿Te pasa lo mismo verdad? Algunas veces no queremos amar, sino que nos amen, no queremos volar sino quedarnos tendidas en un prado fresco, respirando lento a esperar que la noche tienda sus sorpresas sobre nuestro lecho. 




Fin de año


El héroe nace cuando muere
y la hierba verde renace de los carbones.
Ernesto Cardenal

Los juegos pirotécnicos anuncian el año rojo
espigas de fuego caerán
para limpiar la casa y la mirada.
Vendrá el mar
a sanar promesas y cartas muertas
quedarán las hojas en blanco
los sobres vacíos
el pincel creador de un nuevo calendario.
Quedaremos tú y yo
sobrevivientes del incendio de la vida
habitando una esfera
donde levantaremos la ciudad de los arqueros
las brujas y las olas.

Trapecistas de finales
improvisadores
héroes del holocausto de nuestro tiempo. 




El abrazo de los días grises


Siempre he preferido el abrazo de los días grises
esos que dejan barro y nostalgia en la memoria.
Esos donde los mendigos y las ganas de luchar
se esconden.
Esos de guantes y paraguas negros
donde se desea un aguardiente.
Esos que me recuerdan la soledad de Ledezma
y la fragilidad de la humanidad.
Preferido los días grises 
la ciudad desfigurada
el aguacero eterno
porque en el frío
la vida se me hace más fácil
porque así contemplo
el paisaje de la vejez.