DIÁLOGO
DE QUIENES VEN MORIR EL AMOR
Hablan
Frida Kahlo y Diego Rivera.
Por: Saúl Gómez Mantilla
FRIDA:
Oh, mi Diego, la noche se cierne entre nosotros. Veo morir nuestros sueños y
más que ellos, veo que nos alejamos no por amar al otro, sino por amarnos
demasiado a nosotros mismos. Tú, a tu imponente anatomía y yo, a mi amputado
cuerpo.
DIEGO:
La libertad es tan cruel, que nos llena de temor, incluso para saber quiénes
somos, qué escondemos tras nuestros huesos.
FRIDA:
Creía que el amor se centraba en el deseo, en tu enorme cuerpo y mi frágil
condición. Luego, pensé que se amaban las ideas, que no importaba la edad
mientras la mente estuviese aleteando, que el amor eran las palabras que nos
movían a la acción.
DIEGO:
Entonces, ¿amaste a Trosky? Al hombre que encarnaba nuestro ideal de la revolución…
FRIDA:
Hoy no sé qué creer. Cuando me enteré de su muerte se me desgarró el alma. Yo,
que he vivido entre el dolor físico por mi quebradizo cuerpo y el dolor del
espíritu por cada una de tus amantes; pensé que este sufrimiento iba a arrasar
conmigo.
DIEGO:
Aquel día pintaba un nuevo mural, y de repente una terrible angustia se apoderó
de mí. Pensé en ti, Frida, y no imagine mayor desconsuelo que el no tenerte
cerca, como si un desvanecimiento de colores tomará mi obra y no tuviese
sentido lo que soy. Pero luego, al enterarme de los detalles, de este maldito
traidor y la forma tan cobarde como atacó a nuestro maestro, vino a mí la
imagen de Siqueiros, por lo menos él tuvo el valor de disparar de frente a su
casa, de ingresar sin engaños y agotar sus balas.
FRIDA. No
me recuerdes aquel incidente, tantas señales, tantas advertencias. Tal vez, si
hubiese resistido mi pasión, si no me hubiese dejado llevar por el ideal de
hombre que veía en él, hubiese seguido en nuestra casa, la casa Azul; allí no
lo tocarían, porque antes de tocar su cuerpo habrían atravesado el nuestro.
DIEGO:
Al día siguiente, en la enfermería de la Cruz Verde, al verlo en cama, hablando
del futuro, creí que se salvaría, que él era la revolución misma, que nunca cedería,
que se levantaría con más fuerza para tomar el mundo en sus manos. En otra
habitación, ese perro sin alma, ese maldito esbirro de Stalin, esperaba cumplir
su orden. Maldito este país y sus miserias, lo hubiese estrangulado con mis
propias manos, hubiese expiado mi culpa con su sangre.
FRIDA:
No podría soportar el haberlos perdido a ambos, sabes que te necesito, así sea
para que me hagas daño, para que este aquí, conmigo, así no hables y seas solo
silencio, solo crueldad; tu cuerpo sigue siendo mi vida, Diego.
DIEGO:
Frida, te lo he dicho muchas veces, eres igual a lo que pintas, tú eres el
color, el aleteo de la mariposa, la realidad, la crueldad y el sufrimiento.
FRIDA:
Ahora me doy cuenta de que él no era muy diferente de ti, al igual tú, mi
Diego, Lev traicionaba a su esposa y yo le hacía daño a Natalia, me convertí en
las mujeres que odiaba; ya que pensaba que eran ellas las culpables, que ellas
rebelaban tu naturaleza, al animal que llevas dentro, ya que siempre pedias
perdón y tu llanto era para mí un consuelo. Sabía que no solo yo sufría, que tú
también te hacías daño con cada nueva mujer; descubrí que el sufrimiento, más
que el amor, es lo que realmente nos une.