EMPRENDER EL
VUELO
A la memoria de Hernando Cruz
El estruendo de tu caída
despertó a todos los ocupantes de ese
hotel
en que decidiste ir más allá de los
sueños.
En ese preciso momento
mientras tu cuerpo yacía sobre el
asfalto
nuestros corazones palpitaban al
unísono
entonando una melodía,
un extraño réquiem monocorde.
Ese insólito sonido
empezó a poblar la tierra de sur a
norte
las aves migratorias perdieron su rumbo
un enorme trozo de hielo se desprendió
del ártico
y ahora
en este preciso instante
vaga sin rumbo en busca de un Titanic.
Mientras tu alma se elevaba
y contemplaba ese frágil cuerpo
adormilado
en nuestros sueños llegaba un gesto
una sonrisa que se fue tornado en
carcajada
al ritmo frenético de nuestro corazón.
Se dice que en sueños
entramos en sintonía con tu espíritu
necio y alocado
nos convocabas a la despedida
a
celebrar tu cumpleaños
más allá de las estrellas.
Hecho con pedazos de papel
tu rostro era un nuevo Cristo
otro Narciso que sucumbía al mundo
y se entregaba de lleno
al placer el escape.
¿Por qué no llamaste?
y pediste
entre tantas cosas
un abrazo y alguna palabra de afecto.
Acaso la ausencia de un cuerpo de mujer
joven
y bello
fue la causa del arrebato de emprender
el vuelo
o alguna enfermedad
un dolor
que guardabas en silencio
te llevó a tierras donde no podemos
acompañarte ahora.
¿Qué hacías en ese lugar?
Acaso el recuerdo
la
niñez brotó
y vino en busca de su pasado
tomó su lugar y se negó a irse
a habitar nuevamente las regiones del
olvido.
Debíamos despertar con la noticia
y tú
cauto
como siempre
no permitiste que las lágrimas se
juntaran
porque sabías que serían tantas
que un nuevo diluvio cubriría la tierra
y extensas nubes grises
poblarían el planeta por días enteros.
El horror llegó cuando lo supimos
las canciones tristes que nos
acompañaban
el pequeño dolor en el costado
el ritmo lento de nuestros corazones
eran el anuncio de tu partida.
En las calles
tu
figura se tambalea alegre
tan dichosos éramos en tu compañía
que no guardaste nada para llevar en tu
velero
en el que ahora esperas
en compañía de tantos otros
para seguir celebrando
el
dolor de estar vivo.
Saúl Gómez
Mantilla