lunes, 23 de marzo de 2015

DEMOLICIÓN

DEMOLICIÓN


A Lucho Brahim

Demolerlo todo para construir un paraíso que caerá en llamas,
no sin antes haber dejado en él
la piel impregnada en cada pared;  
para retornar a la infancia y aferrare a la joven idea
de un mundo que estalla en colores.

Demoler la vida y arrojar los recuerdos a la basura
Ir abandonando cabello y uñas.
Despojando al cuerpo de dientes y cenizas
para que solo perviva la sonrisa y las calles
que el mundo puso a tus pies.

Demoler la casa
ladrillo a ladrillo arrojarla por la alberca
clausurando habitaciones y estudios.
Para que ninguna pintura estropee las blancas paredes
los bellos cuerpos que danzaban bajo la luna
en el cielo de la frontera.

Demoler el humo, la bebida y el placer
rehacer la vida, y darle forma a un nuevo autorretrato
aferrado al amor y los amigos,
para contemplar con ojos azules y sinceros,
puros como el cielo de Cúcuta al caer la tarde,
las manos que han forjado entre lienzos y palabras
la admiración y el respeto
negándose a caer en la adoración de la nada.

Saúl Gómez Mantilla


lunes, 9 de marzo de 2015

LECTOR DE EVANGELIOS

LECTOR DE EVANGELIOS
 Por: Saúl Gómez Mantilla 

El domingo después de la misa de las nueve de la mañana, se acercó al atrio de la iglesia, fue a la sacristía para decirle al sacerdote que deseaba ser un monaguillo, que asistía regularmente a la iglesia y estudiaba en un colegio católico de monjas franciscanas. Luego de responder a las preguntas sobre su familia, el lugar donde vivía y las razones por las cuales quería servir en la iglesia, recibió su hábito, un traje blanco, sucio, manchado, con el dobladillo suelto y de una talla mayor que lo hacía ver ridículo. Lo tomó como si fuese una prueba, un obstáculo que sobrepasar para ingresar a aquel grupo de niños y jóvenes que día a día en la misa de la noche y los domingos, eran admirados por su entrega y su disposición a la parroquia y a los feligreses. Con el hábito bajo el brazo corrió hasta su casa repitiendo para sí: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es el Cordero de Dios…
Al llegar a casa, la madre se sorprendió nuevamente con esta otra locura, los scout o el deporte eran pasables, pero, ―monaguillo, con lo que se comenta de los sacerdotes―, pensaba ella. Aunque la familia se consideraba muy fiel y católica, muy cumplida en las misas y los eventos religiosos, no habían pensado en un hijo con esas inclinaciones, ―¿y si resultase cura? ―se decían unos a otros― ¿Habrá que ir a misa todos los domingos? ¿La limosna será una obligación? ¿Tendremos al cura y a las monjas metidos en la casa?― Eran las preguntas que se hacían ante la sorpresa del suceso, ―Aunque algo de cielo habrá en esa entrega, una buena parcela para toda la familia, con ese sacrificio, con esa rezadera todos los días.
El cuerpo de Cristo era una insípida galleta que se deshacía en la boca. Muchas personas lo recibían y paladeaban mientras sus mentes estaban en la tierra, recordando los avatares de la semana y los problemas domésticos. Caminaban hasta su banca y se sentaban a orar, a hablarle al señor de las tormentas con la esperanza de que su sordera terminara de una vez y aquellas palabras, aquellas peticiones, fueran posibles.  Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Una palabra tuya bastará para sanarme. Una palabra tuya, solo una. De rodillas repetían para sí esa pequeña letanía, con los ojos cerrados, las manos juntas y un fervor único, éste era el momento en que Cristo llegaba a su cuerpo y podía comunicarse, era allí donde las súplicas debían ser oídas y los pecados dejados a un lado. Pero cuando llegaban a casa nada había ocurrido, el cielo no se había inmutado.
El cuerpo de Cristo en la tierra eran las manos del sacerdote acariciando sutilmente el cuerpo de los jóvenes. Aquellos abrazos iniciales, esas muestras de afecto a través de regalos a aquellos pobres adolescentes que disfrutaban por primera vez de la ropa de moda, de asistir a las premier de las películas, de los restaurantes y la comida del mundo, todo ello era una muestra de generosidad a ojos de sus familiares. Era una especie de pago por los servicios prestados a la santa iglesia. No imaginaban que tras las puertas del recinto sagrado, en la sacristía, aquellas manos, ese cuerpo de Cristo en la tierra se posaba sobre las piernas y acariciaba los cuerpos delgados de los muchachos. Por ello las confesiones mensuales del séquito de acólitos, para disfrutar de los detalles y la vergüenza por el despertar del sexo, por las masturbaciones y los juegos con las primas. El sacerdote tomaba sus manos y los absolvía con tres avemarías y cinco padrenuestros, los veía arrodillados frente a la figura de Cristo crucificado y se dirigía a paso lento a la casa cural.  El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. Este sacrificio para nuestro bien, este sacrificio en nuestras manos.
Los domingos se esperaban los elegidos para la lectura, ¿quién leería el antiguo testamento, la segunda lectura, quién los salmos? Entonces, se hacía una lectura previa antes de la misa de siete de la mañana, ya que ese orden se mantendría durante todo el día. Para ello habría que recurrir a un estilo, a una forma de entonar, de hacer de la palabra una música hablada que envolviese a los asistentes y tuviesen una revelación, se debían acentuar los diálogos y marcar los tonos de cada personaje. El domingo con la iglesia llena, la cadencia de la palabra debía ser una ensoñación, un juego de sonidos. La palabra de dios era música y una lucha para entonarla, para corregir los errores del otro y salir victorioso; no en vano la familia en pleno acudía a recibir las felicitaciones por la fe y la entrega del muchacho. Por la buena dicción y la voz que resonaba en toda la iglesia. Lo llamaban el lector de evangelios, el nuevo Salomón. En el colegio la semana iniciaba con las felicitaciones de los maestros por la buena lectura y le pedían una pequeña reflexión sobre el tema tratado en la homilía. Era un pequeño estatus que otorgaba el leer ante una iglesia abarrotada, aunque de sus lecturas de ovnis, supersticiones, metamorfosis y mitologías nadie pedía cuentas o resúmenes.  
Cuando la enfermedad tomaba el cuerpo del sacerdote, venían otros párrocos a reemplazarlo, generando un nuevo orden, otra forma de llevar lo ritos, de profesar la fe. Intentando guiar al rebaño en la ausencia de su pastor las homilías se hacían eternas y las explicaciones de las escrituras fuera de la misa postergaban los juegos en el campanario, las excursiones por el cuarto de los trastos, donde ángeles y santos de tamaño natural esperaban su tiempo litúrgico o la semana santa para salir y recorrer las calles cargados sobre los hombros de los penitentes. El día domingo la misa era dada por varios sacerdotes, lo que implicaba estar muy atento a las costumbres de ellos, su forma de tomar el misal, sus gestos y como era llevado a cabo el misterio de la transustanciación, como se elevaba la ostia y se recitaban palabras para convertir en carne aquella insípida galleta. El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana. De quien ha querido compartir nuestra condición humana. Nuestra pobre y débil condición humana.
Un buen día, así como inició la aventura religiosa ésta tuvo su término. La pasión cambió de rostro y se instaló en los ojos de una compañera de clase. Para estar cerca de ella era necesario usar el tiempo de los domingos para hacer las tareas y los deberes que la escuela imponía. Eventualmente asistía a los actos litúrgicos, pero cada vez más lejano, desconfiando de las palabras allí dichas y de aquellos hombres que encarnaban la presencia de Cristo en la tierra, de aquellos hombres de dios, sin poder alguno, débiles a los placeres y tentaciones. Sentía compasión por ellos, por una fe que ataba y juzgaba, que no permitía la libertad y el sentir. Recordaba ciertos momentos vividos, cómo la inocencia era arrancada al ver las contradicciones entre el mundo real y las sagradas escrituras, al escuchar diversas interpretaciones de lo que dios dijo o de lo que cada persona cree que el dios del olvido dice para él, en su largo monologo malversado para la salvación y para condenar al otro, a ese que llamamos el prójimo. Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable. No sea para mí un motivo de juicio y condenación la defensa del alma y el cuerpo.