EL CONFLICTO ENTRE EL
POETA Y LA SOCIEDAD
EN LA POESÍA DE
CHARLES BAUDELAIRE
Por:
Saúl Gómez Mantilla
Charles Baudelaire es considerado el
poeta moderno por excelencia, y se ha llegado a clasificar como un poeta del
mundo moderno, pero ser un poeta moderno y ser un poeta en el mundo moderno son
consideraciones que se alejan entre sí.
Baudelaire abre con su obra las posibilidades para que la poesía
encuentre su realización en una sociedad dominada por la mentalidad burguesa*,
donde priman los intereses económicos y la idea de progreso alejada de la
realización espiritual del hombre.
Baudelaire es el poeta pionero,
quien alcanza a ver cómo será la
poesía en una época donde el hombre ha sido cosificado y su vida está
determinada por la economía de mercado, por su producción dentro de una
sociedad marcada por la división del trabajo.
En palabras de Arthur Rimbaud, Baudelaire es: “el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero Dios”.
En Las flores del mal y en
los Pequeños poemas en prosa Baudelaire nos muestra al poeta en la vida
moderna, al poeta en una sociedad donde no tiene cabida, pues su producción no
es aprovechable facticamente por la sociedad a la que pertenece. Por lo tanto en la obra de Baudelaire vemos a
un poeta sin asidero, paria en su ciudad y rechazado por el mundo en que vive, y que a su vez rechaza el mundo en que
vive. En palabras de Baudelaire esta
idea de progreso es: “progresiva
decadencia del alma y progresivo predominio de la materia”.
Entendemos por la palabra moderno: “que
ha sucedido recientemente”, para Baudelaire significa en palabras de Félix
de Azúa “lo que todavía no es, lo insólito”. En el libro El pintor
de la vida moderna, Baudelaire plantea lo que entiende por moderno: “lo que pueda contener de poético dentro de
lo histórico, de extraer lo eterno de lo transitorio”. De esta forma la poesía y el arte en general
para lograr su realización deben nacer de la eternidad presente en las cosas
efímeras, el poeta debe escudriñar y encontrar lo eterno en el mundo que lo
rodea, y más aún, en la sociedad en la que no tiene cabida, ya que en palabras
de Baudelaire esta escisión es irreconciliable: “la poesía y el progreso son como dos hombres ambiciosos que se odian
mutuamente. Cuando se encuentran en el
mismo camino, uno u otro debe ceder el paso”.
Un rasgo importante que se presenta
en la poesía de Baudelaire es la despersonalización, porque “la palabra lírica ya no nace de la unidad de
poesía y persona empírica”, el yo del poema es un
sujeto alejado de quien escribe los poemas. Estos no hacen referencia directa a
una experiencia personal; el distanciamiento entre el poeta y el poema es
consecuencia del alejamiento del poeta con su sociedad, pues su único punto de
encuentro es a través del poema.
En el poema Bendición,
Baudelaire une la simbología religiosa a temas no religiosos. En él plantea que: “por orden de fuerzas
supremas, / el poeta aparece en este mundo hastiado”. Baudelaire nos presenta al poeta como un ser
designado por los dioses con un destino especifico, no como un ser que se hace
a sí mismo, sino como un ser tocado o iluminado. A esto le sigue la idea del spleen, planteada en el poema introductorio “al
lector”, pero este hastío ha abarcado al mundo y no sólo es condición del
hombre, también de la naturaleza. Es
interesante la analogía que hace Baudelaire del poeta con Cristo, pues ambos
vienen al mundo a sufrir, a darse a los demás y este sufrimiento y entrega les
dan su salvación. Baudelaire toma la
concepción cristiana del mesías porque, a la manera de Cristo, el poeta nace de
una madre elegida entre todas las mujeres pero, a diferencia de Maria, esta
mujer sí tuvo una “noche de placeres efímeros / en que mi vientre concibió
mi castigo”. La madre del poeta es la primera que lo
rechaza, ya que ella prefiere haber “concebido un nido de víboras”. Ella odia a Dios por lo que considera un
castigo y trata de arruinar la vida de
su hijo, pero éste, protegido por un ángel, “se embriaga de sol / y todo cuanto bebe y todo cuanto come / se
trueca en ambrosía y en rojo néctar”, logrando su destino a
pesar del mundo que lo rodea.
En el poema, las personas que rodean
al poeta ensucian su alimento, a la manera de la comunión, El pan y el vino
que le ofrecen está sucio, ha sido profanado.
El poeta se encuentra cercado por el mundo donde vive, su madre lo
odia, las personas a las que quiere amar
desean su caída y su esposa espera el momento oportuno para clavarle sus uñas
en el corazón. Pero, el poeta a la
manera de Cristo ama el sufrimiento y sabe que Dios tiene un sitio para él,
pues en un mundo moderno, dominado por los intereses terrenales, el poeta con
su mirada en lo etéreo y su sufrimiento, tiene ganado un sitial en el
cielo. Este cielo es poco para las
ambiciones y deseos del poeta, “los metales
ignotos, las joyas del mar, / aunque por tu mano montadas, no bastarían / para
esta corona deslumbrante y clara”, Allí se presenta la diferencia del poeta con
Cristo, pues su corona, su diadema está hecha “con la luz más pura obtenida
del fuego de los santos rayos primitivos”, el poeta pertenece a un más allá que no se
determina, perteneciente a las alturas celestes.
Esta idea del poeta como ser que
habita las alturas la desarrolla Baudelaire en el poema El albatros. En
el poema se hace la analogía del poeta con el ave, una característica
interesante es que el albatros sólo se acerca a la tierra para engendrar. Así
mismo, el poeta se acercará a la tierra para cumplir con su función biológica
de procrearse. Baudelaire se centra en
cómo el poeta en este medio es agredido “Uno con su pipa le quema el pico, /
otro, cojeando, remeda al lisiado que volaba”. Cómo su condición del rey de las alturas no
es valorada en la tierra y cómo ésta cualidad es objeto de burlas y es poco
practica en el mundo moderno “Que débil es
y qué inútil el alado viajero”. No es el caso cuando se encuentra en el
esplendor de su vuelo, allí es el rey. Para Baudelaire el poeta está destinado a las
alturas, pero mientras se encuentra en la tierra “sus alas de gigante le impiden
volar”.
Otro rasgo importante en la obra de
Baudelaire es la nueva mirada o el nuevo tratamiento que da a los temas. Crea una estética propia que consiste en
hacer bello lo desagradable, “el
privilegio maravilloso del arte consiste en que al expresar artísticamente lo
feo lo convierta en bello y que el dolor ritmado y articulado llene el alma de
plácida satisfacción”.
Rasgo que se percibe claramente en los poemas la
musa enferma, y la musa venal.
Baudelaire entabla un diálogo con ella y nos presenta a la musa no como
un ente puro que dicta los versos al oído del poeta, sino como un ser afectado
por el mundo moderno. Ella se encuentra
ajada y sus ojos “llenos de visiones oscuras están”. Baudelaire sabe que en los tiempos modernos,
la musa está alejada del reino de Febo y ahora debe “para ganar tu pan de
cada día, (...) cantar Tedeum en los que apenas creas, servir de evasión a la
gente vulgar”, la musa ingresa a los sistemas de producción;
debe trabajar para obtener un “tizón para calentar tus pies amoratados”; debe rendir
productivamente, y entrar a formar parte del engranaje económico, dejando atrás
su pasado glorioso, lleno de palacios y
de mármol.
En los Pequeños poemas en prosa, Baudelaire hace de la ciudad el espacio
donde se realizan sus poemas, en ellos está más latente la escisión entre el
poeta y la sociedad. En la cotidianidad
del mundo moderno el poeta no logra encontrar un lugar. Un caso particular es el poema las
muchedumbres, allí Baudelaire plantea que el poeta puede estar sólo entre
la multitud. No se acopla a la masa que
camina uniformemente hacia el trabajo o que hace recorridos determinados a
horas determinadas, ya que al poeta “tuvo un hada que le insufló el gusto
por el disfraz y las máscaras”. Este camuflaje hace la diferencia entre el
poeta y las personas que lo rodean.
Aunque parezca un miembro común de las multitudes el poeta “adopta
como suyos todos los oficios, todas las alegrías y todas las miserias que las
circunstancias del momento le brindan”, pero este estar en todos lados es un estar en
ningún lado, es un no pertenecer, un evadirse haciéndose igual en lo
superficial, pero siendo consciente de su ruptura y de su alejamiento para con
las personas que lo rodean. La multitud
es el refugio del poeta, pues ella es “el asilo más reciente para el
desterrado; además es el narcótico más reciente para el abandonado”.
En el poema Cada cual con su
quimera, el narrador del poema ve a
varios hombres encorvados caminando por “una gran llanura polvorienta, sin
caminos, sin yerba, sin un solo cardo, una sola ortiga”, esta imagen árida se
acerca a la ciudad a la que se enfrenta el poeta a diario, sin un lugar de
descanso para con su quimera. La
quimera hace parte de ellos mismos, de su ser, lo curioso es que el narrador es
poseído por la indiferencia que le hace dirigir su atención a otras cosas. El hombre moderno no posee una quimera que lo
lleve a algún sitio. No tiene un
destino, ni una meta. Los otros hombres,
poetas, caminan porque “les empujaba una invencible necesidad de caminar”. Sin saber a dónde se
dirigen, pero con un impulso que les es propio, que los va acercando a su
destino.
Para Walter Benjamin, el
acercamiento entre el poeta y la sociedad se dió en el bulevar, y es allí donde
tiene lugar el encuentro de un poeta despojado de su aureola con un ciudadano
común, Baudelaire como ningún otro poeta
nos muestra: “cómo la modernización de
la ciudad inspira e impone a la vez la modernización de las almas de sus
ciudadanos”, las almas modernas se reflejan en el poema la aureola
perdida, donde el poeta pierde su hado y se mezcla como una persona normal
y goza de los placeres por los cuales antes sería señalado. Ahora posee el anonimato que lo protege del
señalamiento, pero sin lograr esgrimir su distanciamiento para con el progreso
“Amigo mío, ya sabe cuanto me aterrorizan los coches y los caballos”, en el bulevar el poeta
despojado de su aureola, se encuentra a gusto, pues no es reconocido y puede
ser sarcástico para con los poetas menores, “pienso con alegría que algún
mal poeta la recogerá y se la encasquetara descaradamente”.
A pesar de que se de este
acercamiento no se resuelve la escisión entre el poeta y la sociedad y la
posibilidad de que el poeta ocupe un lugar dentro de ella. No se presenta una especie de cura para la
herida que produce el mundo moderno en el corazón del poeta.
Años más adelante el problema de la
escisión entre poeta y sociedad encontró una posible solución con el auge de la
industria cultural, el poeta mediante
sus libros entra en juego con el mercado, haciendo productivo y rentable su
ejercicio profesional. Pero en la
sociedad moderna, el hombre está cada vez más cercano a lo inmediato, a lo
fácil y lo rápido, alejándose de las búsquedas y experimentos que ha realizado
la poesía con cada nuevo movimiento estético (el surrealismo por ejemplo), o
cada búsqueda personal (el caso de T. S. Eliot). De esta forma la industria cultural asimiló
los cambios estéticos producidos por Baudelaire y sus continuadores, tratando
de cubrir superficialmente las rupturas que plantean los nuevos escritores,
asimilando sus propuestas estéticas y abriendo espacios de mercado para ellas,
pero sin llegar a tocar en profundidad el problema.
BIBLIOGRAFÍA
Horkheimer
Max y Adorno Theodor. La dialéctica de la ilustración. Editorial Trotta. España.
1998.
Romero José Luis. Estudio de la mentalidad burguesa. Alianza Editorial. España.
1987.
BENDICIÓN
Cuando, por un decreto de potencias supremas,
el Poeta aparece en este mundo hastiado,
espantada su madre, y llena de blasfemias
crispa hacia Dios sus puños, y éste de ella se apiada:
—«¡Ah, que no haya parido todo un nido de víboras,
antes que a esta irrisión tener que alimentar!
¡Maldita sea la noche de efímeros placeres,
aquélla en que mi vientre mi expiación concibiera!
¡Puesto que me escogiste de todas las mujeres
para que fuese el asco de mi pobre marido,
y no puedo arrojar alas llamas de nuevo,
cual billete de amor, a este monstruo esmirriado,
haré yo reflejarse tu odio que me abruma
en el maldito agente de tus malignidades,
y torceré tan bien este árbol desmedrado,
que avivar no podrá sus yemas corrompidas!»
Así vuelve a tragarse la espuma de su odio,
y como no comprende los eternos designios,
ella misma prepara en la honda Gehena
las piras a los crímenes maternos consagrados.
Mientras, bajo el cuidado invisible de un Ángel,
el niño despojado se emborracho de sol,
y en todo lo que come y todo lo que bebe,
encuentra el néctar rojo, y la dulce la ambrosía.
Conversa con las nubes y juega con el viento,
y se embriaga cantando camino de la cruz;
y el Soplo que le sigue en su peregrinar
llora viéndola alegre cual un ave del bosque.
Le contemplan con miedo los que él amar desea,
o bien, se envalentonan con su tranquilidad,
buscan a alguien que logre arrancarle una queja
y su ferocidad sobre él ejercitan.
En el pan y en el vino destinados a sus labios,
impuros salivazos y cenizas entremezclan,
hipócritas arrojan al suelo cuando él toca,
y se acusan de haber en sus pisadas.
Su mujer por las plazas públicas va gritando:
«Pues me encuentra él bastante bella para adornarme,
cumpliré la tarea de los antiguos ídolos,
y quiero que como a ellos me recubra de oro.
¡Y yo me saciaré de nardo, incienso y mirra,
de viandas, de vinos y de genuflexiones,
y sabré si en un pecho que me admira yo puedo
riéndome usurpar el divino homenaje!
Y cuando de esas farsas impías yo me aburra,
colocaré sobre él mi mano fuerte y débil;
y mis uñas parejas a las de las arpías,
hasta su corazón sabrán salirse paso.
Igual que un pajarillo que palpita y que tiembla,
su rojo corazón robaré de su seno,
y para que se sacie mi fiera favorita,
yo se lo arrojé con desdén por el suelo!»
Hacía el Cielo en que él ve un espléndido trono,
sereno alza el Poeta sus dos piadosos brazos,
y los vastos destellos de su espíritu lúcido
le esconden el aspecto de los pueblos furiosos:
—«¡Os bendigo, Dios mío, que dais el sufrimiento
cual divino remedio de nuestras impurezas,
y como la mejor y la más pura esencia
que a los santos deleites a los fuertes prepara!
Yo sé que reserváis una plaza al Poeta
en las filas dichosas de las santas legiones,
y que le convidáis a la fiesta eterna
de las Dominaciones, las Virtudes, los Tronos.
Conozco que el dolor es la sola nobleza
que jamás morderán la tierra y los infiernos,
y que para trenzar mi mística corona,
preciso es someter universos y edades.
Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira,
los ignotos metales, las perlas de la mar,
que vuestra mano engasta, no serían bastantes
para esta bella diadema, resplandeciente y clara;
¡porque no será ésta más que de luz sin mácula,
hecha en el santo fuego de los primeros rayos,
de la cual nuestros ojos, en todo su esplendor,
son sólo quejumbroso y empañados espejos!»
CHARLES BAUDELAIRE
Traducción de Alain Verjat y Luis Martínez de Merlo
LA MUSA VENAL
Oh musa de mi alma, amante de palacios,
¿tendrás, cuando a su Bóreas deje escapar enero,
en los negros hastíos de las noches nevosas,
un tizón que caliente tus pies amoratados?
¿Reanimarás entonces tus hombros como el mármol
con los rayos nocturnos que horadan los postigos?
¿Y tu bolsa tan seca como tu paladar,
recogerás el oro de bóvedas azules?
Para ganar tu pan de cada día, debes
igual que un monaguillo, mover el incensario,
y cantar los Te
Deum en que crees apenas?
o, saltimbanqui hambriento, desplegar tus encantos
y tu risa empapada por un llanto invisible,
para hacer que la chusma se parta en carcajadas.
CHARLES BAUDELAIRE
Traducción de Alain Verjat y Luis Martínez de Merlo
LAS
MUCHEDUMBRES
No a todos
es dado tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y
únicamente puede, a expensas del género humano, permitirse un exceso de
vitalidad aquel a quien un hada insufló ya en su cuna el gusto por el disfraz y
por la máscara, el odio al domicilio y la pasión por el viaje.
Multitud,
soledad: términos equivalentes, y equiparables para el poeta activo y fecundo.
Quien nos sabe poblar su soledad, tampoco entiende de andar solo en medio de
una muchedumbre ajetreada.
El poeta
goza del incomparable privilegio de poder ser, a su antojo, él mismo y otro. Al
modo de esas almas errantes en búsqueda de un cuerpo, el poeta entre, cuando
bien le parece, en la persona de cada cual. Para él, sólo para él, todo está
libre; y si algunos puestos parecen estarle negados, ello es debido a que, en
su apreciación, no merecen ser
frecuentados.
El paseante
solitario y pensativo extrae una singular borrachera de esta universal
comunión. Aquel que con facilidad se desposa con la muchedumbre experimenta
goces febriles de los que por siempre se verán privados el egoísta, aherrojado
como caja caudales, y el perezoso recluido cual molusco. El paseante solitario
adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las
miserias que las circunstancias le deparan.
Lo que los hombres llaman amor es algo muy
pequeño, restringido y débil, comparado con esta inefable orgía, con esta santa
prostitución del alma que se entrega por entero, poesía y caridad, a lo
imprevisto que se presenta y a lo desconocido que pasa.
Es bueno, en
ocasiones, hacer ver a los bienaventurados de este mundo, aunque sólo sea para
humillar por un instante su necio orgullo, que existen dichas superiores a las
suyas, más vastas y refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de
pueblos, los sacerdotes misioneros exiliados en el último rincón del mundo
saben probablemente algo de estas misteriosas borracheras; y en el seno de la
amplia familia que su genio se ha labrado, deberán alguna vez reírse de quienes
sienten compasión por su suerte tan agitada y por sus vidas tan castas.
CHARLES BAUDELAIRE
Traducción de Francisco Torres Monreal
PERDIDA DE AUREOLA
—¡Cómo¡
¡Usted por aquí, querido amigo! ¡Usted
en este ruin paraje! ¡Usted, el bebedor
de quintaesencias! ¡El catador de
ambrosías! En verdad, la cosa es para
sorprenderse.
—Amigo
mío, ya conoce el terror que me inspiran los caballos y los vehículos. Hace un momento, cuando apresuradamente
atravesaba el bulevar, deslizándome por entre el lodo y a través de ese movible
caos, en el que la muerte a galope tendido desemboca por infinitos sitios a la
vez, a un brusco movimiento que hice desprendióseme la aureola de la frente y
rodó por el fangoso pavimento. No he
tenido valor para recogerla y he considerado menos desagradable la pérdida de
mis angustias que la rotura de mis insignias que la rotura de mis huesos. Además —como me he dicho—no hay mal que por
bien no venga. Ahora, puedo pasearme de
incógnito, cometer acciones ruines y entregarme a la crápula como cualquier
simple mortal. Y aquí me tiene, como
está viendo, ni más ni menos que usted.
—Por lo
menos, debería anunciar la pérdida o reclamarla por medio del comisario.
—¡De
ninguna manera! Me va muy bien así. Sólo usted me ha reconocido. Por otra parte, el estiramiento me aburre, y
agregue a esto lo mucho que me regocija pensar que cualquier poetastro se
encuentre la aureola y que impúdicamente se la ciña. ¡Hacer dichoso a alguien! ¡Qué alegría!, ¡Y, sobre todo, cuando ese alguien me hará
reír! ¡Piense en X… o en Z…! ¡Sí que será gracioso! ¿eh?
CHARLES
BAUDELAIRE
Traducción
de Oscar Torres Duque