lunes, 7 de diciembre de 2015

LA ABUELA

LA ABUELA 

Por: Saúl Gómez Mantilla


Con un libro entre las manos encontró a la abuela sumergida en llanto, ―era muy inteligente y muy loco―, diría ella. Leía la historia de un poeta nacido en el valle del Sinú, su último año de vida, enfermo de amor y locura; sus andanzas, como su poesía, le hacían temer por su nieto. Un eterno adolescente, propenso a la poesía, un vagabundo, solitario, perdido en su casa materna, entre herramientas y maderas, ese muchacho flaco no había nacido para continuar con la tradición familiar. Muy delgado, poco hábil en el trajinar cotidiano. Lo veía a diario metido entre sus libros, como salido del tiempo. Sus lágrimas le hacían prever un futuro incierto, esperaba la anciana, que ese desastre de vida que se avecinaba surgiese después de su muerte. 

En su niñez, en un pequeño pueblo perdido en la cordillera de los Andes, azotado por la violencia entre rojos y azules, conviviría con la magia y la fantasía del lugar. La vieja recordaba la presencia de un duende, de un pequeño ser de enorme sombrero que la llamaba en sus salidas al rio, mientras ella recogía agua para lavar los trastos de la loza. El duende le hablaba del embrujo de sus ojos verdes, le decía que eran profundos como las montañas y los bosques en que habitaba. Ella corría hasta su casa y le contaba a su mamá sobre la presencia de este ser; como única manera de protegerse, rezaban un rosario, mientras escuchaban una risa que se extendía por el campo. Al llegar su padre en horas de la noche, luego de las labores de la siembra, salía, escopeta en mano, en busca del vecino que con raras artimañas, disfrazado y aprovechándose de la inocencia de su hija, la quería perjudicar. ―Témele a lo vivos― le decía él, ―de los muertos se encarga el patas. 

Como muchos niños que sobrevivieron a la violencia, al morir sus padres a causa de las asonadas azules en el municipio, debió cuidar de sus hermanos, recordando siempre aquellas palabras que proclamaba el sacerdote en sus homilías, las cuales le repetiría a sus nietos, como la razón que esgrimían los culpables de la muerte de sus padres, ―matar liberales no es pecado, nuestro deber es limpiar el mundo de masones y ateos―. Con dos niños y una niña, ella, de tan solo 14 años, emprendió camino por las montañas, de pueblo en pueblo fue buscando un lugar donde conseguir un trabajo y poder ver de sus hermanos. Llegó a un frío poblado, con más iglesias que casas, adornado con blasones españoles y con la estatua de un conquistador en medio de su plaza principal. Allí, sola y con frío buscó la ayuda divina, en un rincón de una iglesia encendería una vela, pidiéndole al señor del humilladero que la ayudase en ese extraño lugar. A la mañana siguiente, una viuda, condoliéndose de la muchacha, le dio posada y trabajo. Aprendería a hacer harina en un molino, y a cocinar para las ventas de los domingos frente a la iglesia. También vería a sus hermanos crecer, cada uno tomaría un camino, muy niños buscarían otros pueblos, aprenderían otros oficios, afín de no ser una carga, de ser hombres antes de tiempo. 



En medio del agite del trabajo y en sus andanzas con las ventas, conocería a un señor mayor, quien cada tanto, le hacía unas extrañas visitas a la viuda, en horas poco apropiadas, muy temprano o muy tarde. ―El amor es algo que se aprende, es una costumbre― le diría la señora a la muchacha, para que aceptara los devaneos de este pretendiente. ―Con él tendrá una casa, y con la llegada de los hijos harán una familia. En estos tiempos, que parece que se acerca el fin del mundo, lo mejor es no estar sola, no sea que la chusma le dé por molestar otra vez―. Con estas razones la abuela fundó el amor y creo un hogar, por encima de los caprichos y las peleas, hasta que la muerte los separará, era su compromiso, el pequeño milagro que una velita le había concedido, años atrás, en el rincón de un templo. 

Entre las montañas, en las labores del campo y del hogar, los libros tienen poco valor. Allí la fuerza del azadón, la destreza con el machete y el conocimiento sobre las temporadas de siembra y de cosecha se aprenden con la práctica. En el cotidiano amanecer entre nubes y árboles, las manos van adquiriendo la destreza que este tipo de vida requiere. ―Para leer habrá tiempo después, cuando llegue la vejez y los ojos busquen consuelo en las palabras, para que la soledad se llene de recuerdos y se pueda cargar ese cuerpo que será un estorbo, un masa llena de dolencias y enfermedades. Para ese tiempo están hechos los libros, cuando postrada en una cama solo se pueda viajar a través de las palabras―. Eran las palabras que le decía su abuela, cuando lo veía sumido en la lectura, habiendo tanto qué hacer en casa, arreglar el fogón de leña, recoger la madera, podar los árboles, limpiar el patio. 

En la enorme casa donde vivían se requería trabajo, tanto los hijos como lo nietos debían aportar en su mantenimiento y en las labores diarias. Las niñas aprendían las faenas de la cocina y los niños la importancia del esfuerzo para conseguir el alimento. La vida la había premiado con tantos hijos como pudo parir, incluso, llegó a adoptar niños pequeños a medida que sus nietos crecían. Quería brindarles a ellos la niñez que no tuvo, que jugaran y aprendieran a trabajar a la vez, pensaba que en su vejez, serían una buena compañía, para no estar sola, mientras su cuerpo se consumía por los años. 



En diciembre, con el inicio de las misas de gallo y las novenas, la abuela se armaba de fuerza y ponía a funcionar su antiguo fogón de leña, sacaba su enorme perol, ennegrecido por los años y el uso, y bajo las escaleras que llevaban al segundo piso, hacía pasteles, arepas y olladas de café. ―La gente sale de misa con hambre, tanta rezadera emboba―, le decía a sus hijos, para que ellos fuesen a vender esos alimentos, que nunca eran suficientes. Sus nietos se levantaban muy temprano, el tañir de las campanas y los villancicos que tronaban desde la torre de la iglesia, despertaban a todo el pueblo, ellos salían en manada y se sentaban en las escaleras, sobre el fogón, a esperar el tinto y la arepa para empezar el día. No pensaban en ir a la misa de aguinaldos, solo querían disfrutar de la madrugada, cobijados por el calor y los juegos tempraneros del sí y el no, de la pajita en boca, del tres pies, del dar y no recibir; juegos que serían cobrados el día de los inocentes, entre tazas de café con sal, de frutas amargas y jugos salados. 

Como una llamita al viento, la abuela se fue apagando, a causa de una caída que afectó su cadera, no pudo caminar como lo hacía anteriormente, y se dedicó de lleno a la lectura. Le pedía a su nieto novelas que hablaran sobre la violencia, historias que fuesen reales o que la hicieran reír. Relacionaba lo que leía con su vida, cada tanto empezaba a hablar de los libros y estos se cruzaban con sus recuerdos, como aquel perro que muere a los pies de su amo en una novela de Dostoievski, recordaba ella que a sus pies, había muerto de viejo uno de los perros de la casa, se acostó junto a ella y no se volvió a levantar. En otras ocasiones le gustaba escuchar poesía popular, poemas que narraban historias de amoríos, de mujeres infieles, de payasos tristes y de un grupo de bohemios que despedían el año. Imaginaba a su nieto, como el bohemio puro, de gran melena, que brindaba por ella. Recordaba que había acompañado a su nieto a leer sus poemas, ante una sala llena, un espectáculo extraño, tanta gente reunida por un libro, escuchando en silencio unas extrañas palabras que no entendían, pero, al parecer los conmovía. En cama, la abuela evocaba las palabras del caballero andante, ella sin quererlo, años atrás, también había proferido su discurso en torno a las armas y las letras. Ahora no hay que dudar sino que este arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen.

domingo, 11 de octubre de 2015

EL CONFLICTO ENTRE MITOLOGÍA Y FILOSOFÍA EN MEDEA DE EURÍPIDES

EL CONFLICTO ENTRE MITOLOGÍA Y FILOSOFÍA
EN MEDEA DE EURÍPIDES


Por: Saúl Gómez Mantilla

INTRODUCCIÓN

Eurípides nació en la isla de Salamina en el año 484 a.c., esto lo sabemos por un hallazgo en la isla de Paros, una estela de mármol descubierta en el siglo XVII; aunque la leyenda nos dice que él nació en el  480 a.c., año en que se realizó la batalla de Salamina, que cambiaría el rumbo de la historia de Atenas.  La leyenda en sí plantea la relación generacional entre Esquilo, Sófocles y Eurípides con la batalla de Salamina, siendo así que Esquilo representa a los hombres que lucharon por la libertad, Sófocles representa a los hombres que vivieron los frutos de los años siguientes, y Eurípides  a aquellos para los que la batalla de Salamina era tan solo el recuerdo de un gloriosos pasado. También, los tres dramaturgos representan una relación con el pasado mítico: en las obras de Esquilo los dioses tienen en sus manos el destino de los hombres; en las de Sófocles, el hombre obedece las leyes de los dioses, pero puede tomar sus propias decisiones; en las de Eurípides, el hombre se ha alejado de los dioses y es dueño de su destino.

En su juventud Eurípides vivió una época de auge intelectual, fueron contemporáneos suyos, entre otros,  Sócrates, Anaxágoras, Protágoras, Herodoto, Sófocles, Hipócrates, Tucídides, y Atenas era dirigida por Pericles.  La primera tetralogía que produjo Eurípides fue en el año de 455 a.c. llamada “las hijas de Pelias”, y  su primer triunfo como dramaturgo fue en el año 442 a.c., pero se desconoce el nombre de la obra con la cual mereció dicho premio.  En vida Eurípides ganó cuatro concursos y se le suma uno más, con una obra póstuma presentada por su hijo o sobrino. En el año 408 a.c. Eurípides se retira a la corte del Rey Arquéalo de Macedonia, quien tenía la vanidad de rodearse de hombres prestigiosos. Al morir Eurípides el rey Arquéalo se negó a entregar su cuerpo y los atenienses construyeron un cenotafio en su memoria, con la siguiente inscripción, obra de Tucídides o de Timoteo el músico:

“Toda la Hélade por este monumento ha recuperado a Eurípides
aunque él yace en campos de Macedonia, donde descansa al fin.
Todavía sufre por él el corazón de la Hélade; también Atenas;
y estremeció al mundo con tan dulces cantos, que el mundo está lleno de su fama”.

El mayor contraste presente entre Eurípides y Esquilo, es que en Eurípides el centro de los acontecimientos es el ser humano, ya las acciones de los hombres no están del todo ligadas a los dioses, aunque los dioses sigan presentes en la escena y los temas deriven de la mitología.  Estas tradiciones las usaba Eurípides como fondo de todos los sucesos que representaba, para tratar de armonizar la herencia religiosa con las nuevas ideas filosóficas.


 EL CONFLICTO ENTRE MITOLOGIA Y FILOSOFIA

Eurípides es uno de los grandes cronistas de su tiempo, ya que en sus obras, más que en las de cualquier otro poeta trágico, sentimos la ruptura, los cambios que sufre la Atenas de la época, el marcado contraste entre dos formas de ver la vida, la primera es el respeto por las tradiciones y la herencia religiosa y la segunda es la crítica por parte de la filosofía a todo ese acervo cultural, heredado de los antepasados.

Medea representa a la mujer que pone su pasión por encima de todo sufrimiento y humillación, si bien, se encuentra en un país extranjero, esto no es motivo para frenar sus fatales decisiones, para contener su odio al sentirse traicionada.  En toda la obra se refleja el carácter fuerte e irreprimible de Medea, conocemos las circunstancias que la llevaron a tomar decisiones en extremo dolorosas, a pesar de sus dudas, de esa lucha interior que lleva y se despliega hermosamente en sus monólogos, esta lucha entre el amor por sus hijos  y sus deseos de venganza.

Una de las grandes críticas a Eurípides consiste en la innovación que produjo la inclusión de un prólogo a la estructura del drama griego, se decía que éste hacía perder intensidad a la obra, porque refería el desenlace de los hechos, no de manera directa, pero haciendo alusiones a los hechos futuros del drama.  Pero en realidad éste desenlace no se muestra completo, tampoco la forma en que se va a desencadenar.

En Medea, la nodriza al inicio de la obra, narra los hechos anteriores al drama (herencia mitológica), la búsqueda del vellocino de oro por parte de los argonautas, hasta la situación actual en Corinto; poco a poco la tensión en escena va aumentando al referir el dolor de su señora al ser traicionada por su esposo Jasón y nos da indicios del desenlace fatal de la historia, sin revelar los giros que tendrá la tragedia.

El coro está compuesto por un grupo de mujeres corintias y su función es la de ser confidente y cómplice del dolor de Medea; si bien, a veces trata de conciliar cuando los ánimos están exaltados o de calmar al espectador mediante pasajes muy poéticos alusivos a la tensión reinante en la escena:

Los amores, cuando llegan en demasía, no aportan a los hombres renombre ni virtud. Mas, si Cipris llega con mesura, ninguna otra diosa es tan grata.  ¡Jamás, oh Señora, dispares contra mí, desde tu arco dorado, el inevitable dardo tras ungirlo de deseo!

El coro se convierte en un eco del pensamiento de los personajes, aunque en ocasiones nos presenta la voz de las mujeres corintias que aconsejan o le reprochan a Medea y Jasón por sus actos, pero sin lograr en ellos un cambio en sus acciones.  El pasaje más palpable a esta referencia se da al final de la obra, cuando los hijos de Medea piden al coro que los salve de la muerte a manos de su madre, pero el coro impotente, solo puede ser testigo de estos fatídicos hechos.

Eurípides para describir el dolor y los deseos de venganza de Medea se vale de la nodriza, de una serie de metáforas que comparan la mirada de Medea con la de animales bravíos, la nodriza habla al pedagogo que se encuentra con los niños sobre la forma en que Medea mira a sus hijos: 

“Pues la he observado ya dirigiéndoles a éstos una mirada de toro”. 

La nodriza habla con el coro y dice:

“Pero tomaré esta molestia por complacerte, aunque, como un toro, dirige a los sirvientes una mirada de leona recién parida” 

Ya al final de la obra Jasón expresando su dolor, insulta a Medea comparando su temperamento con el de un monstruo:

“leona, que no mujer, pues tienes una naturaleza más salvaje que la tirrénica Escila”.

Uno de los aspectos que marca la obra es el intento por mostrar la pugna que existía en su época, entre los seguidores de la herencia religiosa y los adeptos de las nuevas ideas filosóficas; Medea no es ajena a estos hechos, en la obra hay varios pasajes que lo expresan claramente; En el diálogo entre la nodriza y el coro: 

“No erraría quien considerara torpes y de ningún modo inteligentes a los anteriores mortales que inventaron, para fiestas, festines y banquetes, himnos a manera de audiciones que alegran la vida.  Mas ningún mortal descubrió el modo de acabar con las odiosas penas por medio de música y cánticos de múltiples notas; de aquellas surgen muertes y espantosas desgracias que arruinan las moradas”. 

Medea habla con Creonte y sus palabras parecen tomadas del pensamiento filosófico que agitaba la época: 

“Porque, si enseñas nuevos saberes a los ignorantes, parecerás ser inútil de nacimiento, que no sabio; mas, si te toman por superior a los que aparentan saber algo complicado, resultaras fastidioso a ojos de la ciudad”. 

Cuando Medea le reclama a Jasón su falta a la promesa que hizo anteriormente de amarla, le insta a que devele el por qué de su decisión: 

“La fe en los juramentos se ha perdido y no puedo entender si es que piensas que los dioses de entonces ya no gobiernan o que hay ahora nuevas normas entre los hombres, porque sabes muy bien que no me has guardado tu juramento”.

A lo largo del relato nos enteramos por palabras de Medea de la situación de las mujeres en la época, hay varios pasajes alusivos a lo supeditada que estaban las esposas a sus maridos: La nodriza  dice en el prologo:

“Pues la mayor salvación acaece cuando la mujer no disiente del marido”. 

Medea pone en claro las desventajas que tiene las mujeres con respecto a los hombres, cuando se casan o se separan, ve al matrimonio como un yugo, como una pena dolorosa: 

“De todos los seres animados y dotados de pensamiento las mujeres somos el más desdichado.  Pues, en primer lugar, tenemos que comprar un marido con excesivo gasto de dinero y conseguir un dueño de nuestro cuerpo, pues ésta es una desgracia más dolorosa aún.  Y el combate supremo consiste en conseguirlo malo o bueno.  Las separaciones no reportan buena fama a las mujeres, y no es posible repudiar al esposo.  Cuando una ha arribado a nuevas costumbres y leyes menester es que sea adivina, sin haberlo aprendido en casa, de cómo tratará mejor a su compañero de lecho.  Si logramos cumplir eso bien y nuestro marido habita con nosotras, sin imponernos el yugo por la fuerza, envidiable es nuestra vida”.

En varios pasajes se observa lo estigmatizada que estaba la mujer, su vida e incluso, si llegaba a sobresalir, se le consideraba objeto de males, Medea le dice a Jasón:

“Tú posees el saber, y, además, por naturaleza, las mujeres somos del todo ineptas para el bien, pero las más expertas artífices de todos los males”. 

Jasón increpa a Medea y le dice una de las frases más fuertes en la obra, tal vez por frases como estas Eurípides ganó fama de misógino:

En verdad, sería necesario que los mortales engendraran hijos de alguna forma distinta y que no existiera el linaje femenil,  De ese modo los hombres no tendrían ninguna desgracia”.

Medea irónicamente trata de convencer a  Jasón para que sus hijos no sean desterrados, y menciona lo propensa que es la mujer al llanto: 

“Lo haré. No desconfiare de tus palabras, pero la mujer es débil e inclinada a las lágrimas”. 

Medea le pide a Jasón que hable con su esposa, para que sus hijos no sean desterrados, aludiendo a la sumisión de las mujeres por parte de su esposo: 

Jasón: Desde luego, y pienso que la convenceré, al menos”.  
Medea: Sí, si es una mujer como las demás”.


Al final de la obra, en un monologo, en que Medea parece dudar de su decisión de asesinar a sus hijos por el abandono de Jasón, ella afirma:

Medea: Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos. A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará.

Medea no teme al castigo de los dioses, y es su propia mano quien cobra venganza, ha asesinado a Glauce, prometida de Jasón, y al rey Creónte, para producir sufrimiento en Jasón, también ha decidió asesinara a sus dos hijos y negarle a su padre la posibilidad de hacerles las honras fúnebres, ya que abandona la ciudad de Corinto en un carro volador, llevando consigo los cuerpos de sus hijos, sin sufrir castigo alguno, por parte de los hombres y de los dioses.
  


CONCLUSIONES

Los personajes de Eurípides son dueños de su destino, no solo están sumidos en los problemas de su tiempo, también plantean problemas morales y éticos; en Medea se muestra un escepticismo hacia las divinidades y su influencia en la vida de los hombres.

Medea representa una ruptura para el pensamiento de la época con respecto a la mujer, ya que ella es independiente, pasional, no se deja arrastrar por el dolor; por el contrario, sale a flote a pesar de su sufrimiento, por encima de las situaciones que se le imponen. 

Los diálogos en Medea son fríos, de argumentación calculada, en la búsqueda de la derrota de su oponente; donde se percibe la gran influencia de la retórica de los sofistas.




BIBLIOGRAFIA

Murray Gilbert. EURIPIDES Y SU EPOCA.  Fondo de cultura Económica.  México. 1951.
Eurípides.  TRAGEDIAS I.  Gredos.  España. 1977.
Lucas F.L.  EURIPIDES Y SU INFLUENCIA.  Ed, Nova. Buenos Aires. 1947.
Albin Lesky.  LA TRAGEDIA GRIEGA,  Ed. Labor S.A.  Barcelona.  1966.

Otfrido Muller, Carlos.  HISTORIA DE LA LITERATURA GRIEGA.  Ed. Americalee.  Buenos Aires. 1946. 

martes, 7 de julio de 2015

OFICIO DE POETA

OFICIO DE POETA
Por: Saúl Gómez Mantilla



Decía Jorge Teillier que lo importante no era escribir buenos o malos versos, sino convertirse en poeta, vivir con valores que sean poéticos, artísticos. En ese sentido, Pedro Cuadro Herrera, hizo de la poesía un camino. Vivió como poeta, rodeado de libros, cometiendo poemas, hablando y transmitiendo el amor por la música alada, por las palabras que embellecen el mundo.   
                              
La poesía como oficio literario, fue un taller que dio Pedro Cuadro Herrera en el año de 1996, en la torre del reloj, con este taller empecé a adentrarme en el mundo del poeta en el siglo XX. Pude asistir a ese taller gracias a uno de los paros que se daban en la U.F.P.S. en ese entonces, estudiante de tecnología electromecánica. Durante esas charlas magistrales se discutió sobre la creación poética, el oficio literario, la búsqueda de una voz que identifique al poeta en el universo de la literatura, y nuestra tradición literaria, desde Silva hasta Cote y Gaitán. Pedro Cuadro nos había hablado de la importancia de la curiosidad como una herramienta para avanzar, para crecer en la literatura, la importancia de las lecturas y de la experimentación con el lenguaje, para lograr esa voz, tan esquiva y necesaria.

De ese taller surgió un grupo de poetas, muy jóvenes e inquietos, que se llamaron Papel, (Pergamino de la Aurora de Poetas y Escritores Libres), en esa nómina estaba Paul Pinzón, Manuel Yesid Duarte y Liliana Varón, entre otros. Con ellos empecé mis andanzas poéticas, los recitales, las publicaciones, los viajes y los encuentros literarios, sobre todo el Encuentro Binacional de Escritores, que anualmente congregaba a poetas del Norte de Santander y del Estado Táchira.                                            

Con los años, el grupo Papel se hizo rebelde y se transformó en los OPNI (Objetivos Poéticos No Identificados). A Pesar del distanciamiento con la Asociación de Escritores de Norte de Santander, ya que las búsquedas estéticas y los avatares de la vida nos alejaban en nuestra idea del ser poeta, siempre recordé ese primer taller como una primera piedra, una llama que fue transmitida y que nunca se apagó.

Oscuros días se avecinan cuando la palabra y el arte son vistos con miedo. Días oscuros se acercan cuando la diferencia y las formas de vida ajenas al burdo comercio, al superfluo intercambio de dinero que ahoga y perturba a la ciudad, son temidas y cegadas.

Al enterarme de su asesinato, muchos recuerdos invaden el día, cómo pueden matar a un hombre amante de la belleza y defensor de la vida, por qué matar a un hombre que sueña con la palabra y hace de ella su vocación. No queda otra que creer en el hombre, aunque puede causar todo el horror, aún existen algunos que dan su vida para crear nuevos mundos, que ofrendan su vida a través de la palabra, que con el lenguaje puede dar una luz, iluminar un camino, ajeno al ruido de las balas.

En mi memoria persiste ese regalo de Pedro Cuadro Herrera, palabras para hacer de la escritura un oficio, entregar una pasión por la palabra y hacer de esa materia cotidiana y amorfa, como es el lenguaje, un objeto bello llamado poesía.

domingo, 21 de junio de 2015

EL PADRE

EL PADRE

 


Aquella noche, a la espera del autobús en una transitada carretera, era la oportunidad de un abrazo, de algunas palabras que permitieran abrir y extender la relación, que tanto padre e hijo supiesen del otro, no de los hechos del pasado, no de los reclamos por la ausencia del uno y del otro, sino de lo que se piensa y se siente. Pero el respeto y el miedo, el acercarse a diálogos nunca iniciados eran todo un impedimento. Cómo abrirse al otro si eran desconocidos, aunque presentían los sueños de cada uno, y entre las calles que recorrieron por años algo se habría insinuado, algo del cariño estaba en las charlas sobre libros y cine, sobre política y violencia; pero nunca sobre ellos, nunca eran los protagonistas de aquello que se contaban el uno al otro. Se hablaban a partir de otras cosas, se conocían por la música, por las canciones que daban cuenta de una visión de mundo, del dolor y del amor, por lo libros leídos y compartidos, por las palabras de otros que reflejaban al ser que las escuchaba. Bajó la cabeza el viejo y acariciando al muchacho, dice tienes razón hijo, el odio todo ha cambiado, los piones se jueron lejos y el surco está abandonao a mí ya me faltan juerzas, me pesa tanto el arao y tú eres tan sólo un niño pa'sacar arriba el rancho.

Mientras las luces pasaban una detrás de otra, surgió el recuerdo de una cantina, una vieja tienda con un árbol de ciruelas, el afiche de una vaca mostrando sus posaderas invadía el ambiente ―para todos los gustos― decía el cartel. Aquella noche en medio de la carretera, el frío invitaba a recordar aquel día en que el dolor tuvo su límite. Cerveza tras cerveza las lágrimas cubrían el rostro del viejo, doce años atrás, un pequeño camión cargaba con pocas cosas, una máquina de coser, una estufa a gas, un catre y dos perros. La madre no soportó más el maltrato y la pobreza, estaba decidida, con sus hijos afrontaría la vida y sus miserias. Para el viejo, el llanto era una forma de asumir la culpa, de compartir ese dolor por aquello que nunca fue, ninguna otra mujer llegaría a consolar ese cuerpo, ninguna otra espantaría a la noche.

En otras ocasiones, la cita era con los amigos, la saga del 007, Ian Fleming, un hombre llamado caballo, elemental mi querido Watson, libros y canciones, eran invocados por la cerveza; los desmanes de la hegemonía conservadora y los recuerdos de la infancia, la juventud buscando oro y esmeraldas, vendiendo historietas en una antigua plaza de mercado, daban cuenta de un pasado desconocido, de otro ser, un boxeador, un futbolista, un lector, que vivió toda una juventud con otros ojos, en otro país, con el tango y las palizas. Aquellos recuerdos hablaban de una época de hombres rudos, de honor y guerra, de un país que hervía con hombres agresivos y cultos, que no dudaban en hacer de la fuerza una consigna diaria, al igual que disfrutaban del insomnio entre las páginas del libro o lloraban al son de pasillos y boleros. Igual que a las espumas que lleva el ancho rio, se van tus ilusiones siendo destrozadas por el remolino.

Bajo el árbol, en la casa que ayudó a construir, los domingos tenía una cita no programada, se ubicaba en medio del patio, llegaba con el diario que página a página era leído completamente entre el café y los cigarrillos. Luego vendría el almuerzo y el recuento de la semana, lo más cercano a eso llamado familia, a ese sueño roto llamado hogar. En otras ocasiones, las tardes del domingo eran dedicadas a las salidas al cine, a disfrutar del western, o alguna película de cartelera, por lo general un remake de una antigua cinta que el viejo disfrutó en su juventud. También era el tiempo de las ferias mecánicas, carros chocones, pocillos, sillas voladoras, rueda de chicago, todo esto para cumplir con la función de padre, dulces y regalos llegaban como una forma de pago, de suplir la ausencia, de compensar la falta; pero nunca, nunca hablar desde el corazón, de ese monstruo llamado amor, que en verdad, era solo una herida entre tantas otras que no cicatrizaban, que mostraban la fragilidad de un padre al que la soledad y el alcohol consumían a diario.
Años más tarde, ya mayores, de igual tamaño e insolencia, los encuentros y caminatas se dieron en otra ciudad. La cita dominical iniciaba con la visita al cementerio, flores en la tumba de la abuela y algunas monedas a espíritus benefactores; luego el almuerzo con las tías, el repetido discurso de siempre, las palabras aprendidas desde chico que hablaban del bienestar. Al llegar la noche, el alcohol hacía su monumental presencia, como un aliciente para tanta vida desperdiciada, como un compañero de derrota, un aliado para la vida que caía de las manos. Luego de varios tragos la voz subía de tono, discutían sin tocar el tema, con eufemismos el ambiente se llenaba de reclamos, de indirectas a través de diálogo y situaciones vistas en alguna película o tomadas de un libro compartido. Si apuestas al amor, cuantas traiciones, cuantas tristezas cuantos desengaños, te quejas, cuando el amor se aleja, como en las noches negras sin luna y sin estrellas.

Por último llegaría la llamada, una supuesta enfermedad había fulminado al viejo, de un momento a otro su corazón se había detenido y se quedó dormido para tranquilidad de la familia. Un viaje intempestivo había agotado el llanto, doce horas de un tortuoso recorrido por tierra para asistir al funeral y ser el centro de todas las miradas. Allí estaba el hijo, había llegado el único varón; sin una lágrima, ni tristeza en el rostro, llevó a la familia en brazos y sepultó al cadáver. Igual de altanero y orgulloso que el viejo, pedante por el odio y el rencor, soberbio porque se había forjado solo, porque era hijo de sí mismo al igual que su padre, no le debía nada material a ese cuerpo que se descomponía; aunque el abandono había forjado su carácter, los obstáculos le habían hecho recio y solitario, lo habían volcado sobre sí mismo. Como si ese entierro fuese una liberación, una carga menos, saludó a todos los asistentes, sin percatarse de que ese saludo era ante todo una despedida, ya que con el padre se enterraba también a la familia, a su familia paterna, sin el vínculo ya no eran necesarias las hipocresías y mentiras de lado y lado.

             Realmente no hubo despedida, al inicio de las vacaciones reaparecía con fuerza ese abrazo nunca dado, se instalaba en el cuerpo destrozando las mañanas, arruinando los planes y llenado de amargura otra temporada. Ese miedo por expresar el cariño, por acercarse a una roca, a un desconocido que ofreció libros, que entregó la lectura como un regalo, como única ofrenda, sigue presente al verse al espejo, ve en sus ojos el rostro del viejo, algo en la sonrisa, un gesto altivo, la penetrante mirada que indaga por sí mismo, que reclama atención, palabras y afecto.  Yo la quise, muchachos, y la quiero y jamás yo la podré olvidar; yo me emborracho por ella y ella quién sabe qué hará. Eche, mozo, más champán, que todo mi dolor, bebiendo lo he de ahogar; y si la ven, muchachos, díganle que ha sido por su amor que mi vida ya se fue.


lunes, 11 de mayo de 2015

LECCIONES MATERNALES

LECCIONES MATERNALES

Por: Saúl Gómez Mantilla


Con el cuidado que el trabajo requiere, tomó la alcancía y armado de un cuchillo fue sacando uno a uno los billetes, cuidando de no romperlos al salir por la estrecha ranura. Sabía que a eso de las 3 de la tarde no había nadie cerca, su familia estaba ocupada en sus asuntos y sus primos estaban haciendo las tareas escolares. Con algunos billetes en la mano salió de su casa y fue directamente a la tienda que tenía maquinitas, compró unas fichas y pasó la tarde jugando con sus amigos. Cada uno compraba sus fichas para competir con autos, luchadores, naves espaciales y monstruos. Sabía que nunca le darían dinero para gastar de esa manera, pensaba reponerlo de algún modo, y que su madre nunca se diera cuenta de aquel robo. Cada semana su madre echaba billetes de cincuenta pesos en aquel cerdito rosado, para inculcarles a sus hijos el hábito del ahorro. Pensaba ella que un día especial podía destapar la alcancía y disfrutar de ese dinero, darse un gustico, ir a un parque de diversiones o comprar los juguetes que sus hijos deseaban. Ellos verían que ese esfuerzo tenía su recompensa y que poco a poco se llega a Roma, como les decía cuando les contaba sus sueños y proyectos.

La madre era una mujer delgada y fuerte, que había abandonado a su esposo por el maltrato y el alcoholismo de quien había sido su amado. Cada mañana ella se levantaba muy temprano y alistaba a su par de hijos para que fuesen a la escuela. Vestían sus uniformes, limpios y planchados, sin remiendos ni machas; tomaban su desayuno y caminaban entre juegos a la escuela.  Luego ella se alistaba para ir a su trabajo como modista de una prestigiosa tienda de ropa. Allí se sentaba a pedalear durante ocho horas en una máquina de coser Singer, llegando como diría el poeta hasta Java, Burdeos, e incluso el pueblo de Gales. Ya de noche llegaba a casa y preparaba la cena, revisaba las tareas de sus hijos, lavaba la ropa y se preparaba para descansar. Dormían todos en un solo cuarto en la casa de la abuela.

Los fines de semana eran también para trabajar, como madre soltera que no quería depender sus hermanos, ni deberle favores a nadie, incluso a su propia madre. Ella atendía a sus clientas, señoras que llegaban a hacer sus vestidos, idénticos a los de la tienda de ropa donde trabajaba la madre, pues ellas sabían quién los cosía y que hechos en casa eran más baratos que en el almacén. La madre pedía las telas y periódicos para hacer los moldes, tomaba las medidas y empezaba su labor. Primero leía los periódicos y revistas, recortaba alguna noticia de interés y le pedía a sus hijos que las guardaran junto a otras noticias pasadas, les pedía que le leyeran en voz alta, mientras sintonizaba la emisora radio reloj, que le traía su música de juventud: Sandro de América, Nicola di Barí y todas las canciones del festival de San Remo en español. Extendía el papel en la mesa del comedor y con sus reglas empezaba a medir y hacer trazados con tiza. Luego cortaba con delicadeza y se sentaba en la máquina, a seguir en su loco pedaleo, hasta Nepal y el pueblo de Gales.  

Mientras ella seguía encorvada al pedal de la Singer, sus hijos jugaban con las tijeras, las convertían en motocicletas y recorrían la mesa; las agujas eran fechas de tribus indígenas que se enfrentaban a los invasores de la conquista; los rulos se transformaban en legos y de ellos salían robots, aviones, carros y muñecas; de los conos de hilos se armaban edificios, pequeños rascacielos para una ciudad amurallada por la pobreza. Sus hijos también le leían su pequeña biblioteca, conformada por pequeños cuentos, historias mínimas o resúmenes de historias de caperucitas, lobos, príncipes, dragones, duendes y bailarinas que eran leídas de una sentada. A veces tomaban un libro de español y literatura de quinto grado de educación básica primaria, que contenía otras historias, como la de Los cinco hermanos Liu, El sueño de Ícaro, Los motivos del lobo, que venían acompañadas de dibujos en tinta china y bombardeaban a la madre con preguntas sobre otros países, sobre la comida y las costumbres que mostraban esos dibujos. La madre buscaba en sus recortes de periódicos y revistas, alguno que pudiera responder a los interrogantes de los hijos y les leía noticias sobre aquellos extraños países.

Al finalizar el año escolar, luego de asistir a la reunión de padres y recibir con agrado las menciones y reconocimientos académicos de sus hijos, ella, llena de orgullo decidió que el día había llegado. La madre reunió a sus hijos y sacó del escaparate la alcancía, tomó el cerdito rosado entre sus manos y les dijo que esa tarde saldrían a divertirse, que ellos se lo habían ganado por su esfuerzo y como recompensa, los ahorros de ese año los gastarían en diversiones y juguetes. Cuando rompió el cofre vio que en su interior solo había un par de billetes, indignada y sorprendida preguntó qué pudo haber ocurrido hasta que el hijo mayor, el niño, confesó su falta y esperó su castigo, pero lo que vio fue el llanto en los ojos de la madre. La decepción y la impotencia ante el hecho la trastornaron y pareciera que ella se fue apagando lentamente, hasta quedar dormida en la cama, esperando que ese mal sueño pasara y fuera solo un recuerdo lejano.




lunes, 23 de marzo de 2015

DEMOLICIÓN

DEMOLICIÓN


A Lucho Brahim

Demolerlo todo para construir un paraíso que caerá en llamas,
no sin antes haber dejado en él
la piel impregnada en cada pared;  
para retornar a la infancia y aferrare a la joven idea
de un mundo que estalla en colores.

Demoler la vida y arrojar los recuerdos a la basura
Ir abandonando cabello y uñas.
Despojando al cuerpo de dientes y cenizas
para que solo perviva la sonrisa y las calles
que el mundo puso a tus pies.

Demoler la casa
ladrillo a ladrillo arrojarla por la alberca
clausurando habitaciones y estudios.
Para que ninguna pintura estropee las blancas paredes
los bellos cuerpos que danzaban bajo la luna
en el cielo de la frontera.

Demoler el humo, la bebida y el placer
rehacer la vida, y darle forma a un nuevo autorretrato
aferrado al amor y los amigos,
para contemplar con ojos azules y sinceros,
puros como el cielo de Cúcuta al caer la tarde,
las manos que han forjado entre lienzos y palabras
la admiración y el respeto
negándose a caer en la adoración de la nada.

Saúl Gómez Mantilla


lunes, 9 de marzo de 2015

LECTOR DE EVANGELIOS

LECTOR DE EVANGELIOS
 Por: Saúl Gómez Mantilla 

El domingo después de la misa de las nueve de la mañana, se acercó al atrio de la iglesia, fue a la sacristía para decirle al sacerdote que deseaba ser un monaguillo, que asistía regularmente a la iglesia y estudiaba en un colegio católico de monjas franciscanas. Luego de responder a las preguntas sobre su familia, el lugar donde vivía y las razones por las cuales quería servir en la iglesia, recibió su hábito, un traje blanco, sucio, manchado, con el dobladillo suelto y de una talla mayor que lo hacía ver ridículo. Lo tomó como si fuese una prueba, un obstáculo que sobrepasar para ingresar a aquel grupo de niños y jóvenes que día a día en la misa de la noche y los domingos, eran admirados por su entrega y su disposición a la parroquia y a los feligreses. Con el hábito bajo el brazo corrió hasta su casa repitiendo para sí: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es el Cordero de Dios…
Al llegar a casa, la madre se sorprendió nuevamente con esta otra locura, los scout o el deporte eran pasables, pero, ―monaguillo, con lo que se comenta de los sacerdotes―, pensaba ella. Aunque la familia se consideraba muy fiel y católica, muy cumplida en las misas y los eventos religiosos, no habían pensado en un hijo con esas inclinaciones, ―¿y si resultase cura? ―se decían unos a otros― ¿Habrá que ir a misa todos los domingos? ¿La limosna será una obligación? ¿Tendremos al cura y a las monjas metidos en la casa?― Eran las preguntas que se hacían ante la sorpresa del suceso, ―Aunque algo de cielo habrá en esa entrega, una buena parcela para toda la familia, con ese sacrificio, con esa rezadera todos los días.
El cuerpo de Cristo era una insípida galleta que se deshacía en la boca. Muchas personas lo recibían y paladeaban mientras sus mentes estaban en la tierra, recordando los avatares de la semana y los problemas domésticos. Caminaban hasta su banca y se sentaban a orar, a hablarle al señor de las tormentas con la esperanza de que su sordera terminara de una vez y aquellas palabras, aquellas peticiones, fueran posibles.  Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Una palabra tuya bastará para sanarme. Una palabra tuya, solo una. De rodillas repetían para sí esa pequeña letanía, con los ojos cerrados, las manos juntas y un fervor único, éste era el momento en que Cristo llegaba a su cuerpo y podía comunicarse, era allí donde las súplicas debían ser oídas y los pecados dejados a un lado. Pero cuando llegaban a casa nada había ocurrido, el cielo no se había inmutado.
El cuerpo de Cristo en la tierra eran las manos del sacerdote acariciando sutilmente el cuerpo de los jóvenes. Aquellos abrazos iniciales, esas muestras de afecto a través de regalos a aquellos pobres adolescentes que disfrutaban por primera vez de la ropa de moda, de asistir a las premier de las películas, de los restaurantes y la comida del mundo, todo ello era una muestra de generosidad a ojos de sus familiares. Era una especie de pago por los servicios prestados a la santa iglesia. No imaginaban que tras las puertas del recinto sagrado, en la sacristía, aquellas manos, ese cuerpo de Cristo en la tierra se posaba sobre las piernas y acariciaba los cuerpos delgados de los muchachos. Por ello las confesiones mensuales del séquito de acólitos, para disfrutar de los detalles y la vergüenza por el despertar del sexo, por las masturbaciones y los juegos con las primas. El sacerdote tomaba sus manos y los absolvía con tres avemarías y cinco padrenuestros, los veía arrodillados frente a la figura de Cristo crucificado y se dirigía a paso lento a la casa cural.  El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. Este sacrificio para nuestro bien, este sacrificio en nuestras manos.
Los domingos se esperaban los elegidos para la lectura, ¿quién leería el antiguo testamento, la segunda lectura, quién los salmos? Entonces, se hacía una lectura previa antes de la misa de siete de la mañana, ya que ese orden se mantendría durante todo el día. Para ello habría que recurrir a un estilo, a una forma de entonar, de hacer de la palabra una música hablada que envolviese a los asistentes y tuviesen una revelación, se debían acentuar los diálogos y marcar los tonos de cada personaje. El domingo con la iglesia llena, la cadencia de la palabra debía ser una ensoñación, un juego de sonidos. La palabra de dios era música y una lucha para entonarla, para corregir los errores del otro y salir victorioso; no en vano la familia en pleno acudía a recibir las felicitaciones por la fe y la entrega del muchacho. Por la buena dicción y la voz que resonaba en toda la iglesia. Lo llamaban el lector de evangelios, el nuevo Salomón. En el colegio la semana iniciaba con las felicitaciones de los maestros por la buena lectura y le pedían una pequeña reflexión sobre el tema tratado en la homilía. Era un pequeño estatus que otorgaba el leer ante una iglesia abarrotada, aunque de sus lecturas de ovnis, supersticiones, metamorfosis y mitologías nadie pedía cuentas o resúmenes.  
Cuando la enfermedad tomaba el cuerpo del sacerdote, venían otros párrocos a reemplazarlo, generando un nuevo orden, otra forma de llevar lo ritos, de profesar la fe. Intentando guiar al rebaño en la ausencia de su pastor las homilías se hacían eternas y las explicaciones de las escrituras fuera de la misa postergaban los juegos en el campanario, las excursiones por el cuarto de los trastos, donde ángeles y santos de tamaño natural esperaban su tiempo litúrgico o la semana santa para salir y recorrer las calles cargados sobre los hombros de los penitentes. El día domingo la misa era dada por varios sacerdotes, lo que implicaba estar muy atento a las costumbres de ellos, su forma de tomar el misal, sus gestos y como era llevado a cabo el misterio de la transustanciación, como se elevaba la ostia y se recitaban palabras para convertir en carne aquella insípida galleta. El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana. De quien ha querido compartir nuestra condición humana. Nuestra pobre y débil condición humana.
Un buen día, así como inició la aventura religiosa ésta tuvo su término. La pasión cambió de rostro y se instaló en los ojos de una compañera de clase. Para estar cerca de ella era necesario usar el tiempo de los domingos para hacer las tareas y los deberes que la escuela imponía. Eventualmente asistía a los actos litúrgicos, pero cada vez más lejano, desconfiando de las palabras allí dichas y de aquellos hombres que encarnaban la presencia de Cristo en la tierra, de aquellos hombres de dios, sin poder alguno, débiles a los placeres y tentaciones. Sentía compasión por ellos, por una fe que ataba y juzgaba, que no permitía la libertad y el sentir. Recordaba ciertos momentos vividos, cómo la inocencia era arrancada al ver las contradicciones entre el mundo real y las sagradas escrituras, al escuchar diversas interpretaciones de lo que dios dijo o de lo que cada persona cree que el dios del olvido dice para él, en su largo monologo malversado para la salvación y para condenar al otro, a ese que llamamos el prójimo. Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable. No sea para mí un motivo de juicio y condenación la defensa del alma y el cuerpo.


domingo, 15 de febrero de 2015

LETANÍA PARA ARTURO CASTRO

LETANÍA  PARA  ARTURO CASTRO


Por: Saúl Gómez Mantilla
lainsula451.blogspot.com

La tarde del 16 de febrero de 2002, mientras estabas comiendo en el barrio Tierra Linda, en el municipio de Los Patios, en Norte de Santander, fuiste abordado por hombres armados. Te llevaron detrás de la iglesia del barrio Pisarreal, allí, luego de golpearte y humillarte, te propinaron cerca de 40 disparos bajo la acusación de ser un satánico, con esa imbécil excusa, acorde a su poca inteligencia, cegaron tu vida, nos negaron tu compañía y tu palabra. 

Tenías 35 años y al parecer, los asesinos, miembros de un grupo paramilitar que delinquía en el municipio, te arrojaron de cara al suelo y te dispararon una bala por cada año de vida, empezaron por tus pies y fueron subiendo hasta llegar a tu cabeza. Cobardes que envidiaban tu nombre, por eso, el día de tu entierro, una multitud te lloró y te acompañó hasta el cementerio, te cubrieron de flores y lavaron tu cuerpo con sus lágrimas.

¿Qué pensabas con cada impacto? ¿Qué recuerdos llegaban y cuáles rostros acudían en tu última mirada? Eras un hombre grande y fuerte, con más de 1.80 de estatura y un cuerpo forjado por el trabajo desde niño. Tantas balas no eran necesarias para matarte, pero eran las suficientes para calmar la sevicia y perversión de tus asesinos, para apaciguar la enfermedad que los consume, ellos se alimentan del dolor de los hombres buenos.

Cuando nos enteramos de la noticia, al contemplar el llanto de mi abuela, quien te había visto crecer, por ser uno de los amigos más cercanos a la familia, empecé a recordarte, eras un hombre que, sin ser artista, se expresaba como uno, a través de esculturas en chatarra y la decoración de las vitrinas en los almacenes de ropa de la ciudad, dejabas un registro, una forma de ver el mundo.

El primer recuerdo que llegó a mi mente era el de una misa. En la iglesia San Pablo, al finalizar el acto religioso, hacías una entrega simbólica de un fusil de madera, y ante toda la congregación prometías no volver a empuñar un arma. Un año antes habías sido reclutado como soldado bachiller, fuiste obligado a prestar el servicio militar, contra tu voluntad y tu espíritu pacifista. Te subieron a un camión del ejército y te condujeron a un batallón en la ciudad de Bucaramanga y de allí fuiste trasladado a Saravena, para ver el horror que habita en nuestros pueblos y el miedo que inspira un uniforme, sin importar su color.

Eras un creyente que fue obligado a atentar contra la vida, a disparar contra el otro, a quien llamabas tu prójimo. En el ejército te enseñaron el odio, a forjar enemigos, y el absurdo poder que otorgan las armas; allí, donde los argumentos, el pensamiento y la razón son un estorbo para crear autómatas, tú, en tu fe, rezabas para no matar como un imperativo, para que las balas no dieran en el blanco.

Años después, en una exhibición de boxeo en la cancha San Pablo, mientras los pugilistas hacían de los golpes un arte, ante la armonía de los movimientos y la coreografía de la exhibición, pidieron al público que escogiera a alguien para subir al ring y enfrenar a un boxeador. Los niños, como un coro, empezaron a gritar tu apodo: ¡Chamorra, Chamorra, Chamorra!  Sorprendido, subiste al ring y te pusiste los guantes. Cuando sonó la campana, ante la sorpresa de los asistentes, levantaste los brazos al cielo y en un salto, arrojaste los guantes hacía arriba, mientras gritabas: ¡qué viva la paz! Muchos te llamaron cobarde, no entendían cómo un hombre tan grande y fuerte se negaba a pelear; pero, ese hecho era un acto simbólico y una afirmación de vida, era tu ¡No! rotundo a la violencia, sin importar los disfraces o los engaños que nos daban para aceptarla.

Luego, con motivo de la realización del festival de la canción El Cují de oro, que reunía anualmente a los mejores cantantes del municipio, en un año difícil para conseguir apoyo y dar a los participantes un recuerdo y un galardón, ante la negativa de la administración municipal y de los empresarios del municipio para apoyar el evento. Decidiste hacer los premios, con algunas manivelas, tuercas y tornillos hiciste figuras de cantantes y guitarritas. Cada niño, joven y adulto que cantó, se llevó a casa una pequeña escultura, una muestra del amor que repartías sin interés alguno, porque considerabas que era lo justo, que cada aprendiz de cantante debía llagar a casa con un recuerdo, con un galardón por compartir su voz.

La luna seguía tus pasos, velaba y cuidaba de ti, por ello te asesinaron antes del anochecer, porque sabían que no podrían tocarte. Tú que le rendías tributo a la compañera de la noche, mediante las lunadas, en que la música y la palabra, eran la posibilidad de reflexionar y de pensar una nueva vida, una forma bella de ser con los otros. En la vereda Los Vados, en una colina junto a la carretera, las notas del rock latinoamericano, la música de planchar y el vino eran una forma de celebrar, de perpetuar la amistad, de compartir los buenos recuerdos junto a una fogata hasta la hora de la madrugada, para ver al imponente sol y sentir sus primeros rayos sobre la piel, para sentirte vivo, pleno y en armonía con la naturaleza.

Estos recuerdos, aunados a los helados que regalabas a los niños que descalzos se paraban frente a tu heladería, soportando el sol de la tarde y sudando por los juegos. Tú los espantabas del negocio, no sin antes darles un cono o una paleta, veías en ellos a tus recuerdos, ese andar sin camisa y bajar al río para acompañar a mamá a lavar la ropa. Esos pequeños rostros eran un reflejo de tu infancia y de los sueños que poco a poco se fueron haciendo realidad.


Estos pequeños hechos narrados hoy día, trece años después de tu asesinato, dan cuenta de un ser excepcional, como lo son todos aquellos que forjan su vida en el compartir y en la entrega. Hablan de la bondad y del absurdo cotidiano de este país. Intentan dar cuenta de tu vida, que fue muchas otras cosas, que serán contadas a su tiempo e irán blindado tu imagen y tus recuerdos, para que permanezcan vivos en la memoria de todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerte, de hablar de ti, como una presencia que pervive en las calles del pequeño municipio de Los Patios.

lunes, 26 de enero de 2015

LA INDIGNACIÓN COMO ESTÉTICA

LA INDIGNACIÓN COMO ESTÉTICA

Por: Renson Said Sepúlveda



El primer poema de este libro comienza con una idea amarga: “leer es empezar a sangrar”. Y el último comienza diciendo “A Fabio lo mataron  saliendo de su casa un 8 de diciembre”. Entre estos dos poemas se levanta la propuesta estética de Rostro que no se encuentra, el segundo libro  del joven poeta Saúl Gómez Mantilla, esto es, la indignación como una forma de la estética.

Aquí la rabia, la impotencia, ese “pequeño conteo de gritos” que constituye la poesía de Saúl tiene una particularidad: no es un grito individual de un ser humano que ha sufrido pérdidas. Su dolor –quiero decir: el dolor en su poesía- es dolor moral que se ha vuelto luminoso, y en ese sentido el que habla en estos versos no es un yo poético sino un yo colectivo: es el dolor de todos frente a un orden social y político (un orden, digamos, “institucional”) que nos obliga a abrazar a nuestros hermanos “en lo profundo de una fosa”. Decía Martín Buber que el hombre solo no existe. El yo existe por el tú. En ese sentido, el hombre que explora su propio corazón explora así el corazón de sus semejantes. Y en los poemas más decididamente personales de este libro hay una universalidad que logra la lengua. A esto es a lo que apuntaba Arthur Rimbaud cuando decía “Yo es otro”.

La realidad alimenta cada poema de este libro, pero cada poema de este libro construye otra realidad. No compite con ella de manera vulgar, como si fuera poesía política de denuncia en caliente, sino que aquí habla el lenguaje: esa sangre del espíritu, como la llamaba Unamuno. Y le habla a la tribu, o sea, a todos nosotros. Mallarmé decía que el poeta usaba, a la hora de escribir, un “piano de palabras”. Saúl toca ese piano a puñetazos y le sale música. Porque además de ser los poemas de este libro unidades autónomas, cada uno lleva un ritmo interno, una música callada. Hasta la disposición tipográfica de los poemas buscan imponer en el lector un ritmo respiratorio  fácilmente identificable en la poesía modernista de José Asunción Silva o Rubén Darío, para citar apenas a dos de los poetas que Saúl lee con insistencia. Música callada, decía, pero olvidé mencionar que es música que no celebra sino que le imprime al verso un temblor interno de indignación humana.

En la obra de Saúl hay belleza, pero detrás de ella está el dolor. Es una belleza golpeada, desgarrada por el dolor. Y también hay belleza de la forma: el libro está divido en cuatro partes que probablemente corresponden a cuatros estaciones personales de su estado emocional. Y hasta los epígrafes (Eliot, Rimbaud, Camus, Maiakovski, etc.) hablan, no de sus lecturas, sino de un conjunto de afinidades espirituales que le permiten al poeta soportar la soledad y la tristeza.

El lector no encontrará aquí poemas de amor. Pero indudablemente es el amor el que mueve estos poemas: nos duele lo que amamos. Y a Saúl le duele la vida. Y cuando la vida es amputada, queda la poesía como única forma de consuelo.

Lo paradójico de todo esto (en últimas, la gran paradoja del arte) es que una obra, sea el resultado de un dolor profundo, de una indignación, y que por expresar eso, el poeta o artista sea aplaudido y reciba premios. Es lo que sucede cuando un dolor se lleva a los niveles más altos de belleza estética. Es por lo que Saúl se ha convertido en el vocero de la tribu.