ARPA
DE SILENCIO:
LAS
IDEAS DE LA POESÍA EN ALEJANDRA PIZARNIK
Por: Saúl Gómez Mantilla
En
los años 50 en Argentina, Alejandra Pizarnik empieza a elaborar una obra que
conmovería por su despojamiento de toda retórica, su exaltación del silencio y
su sufrimiento. Una obra que con el paso del tiempo ganaría adeptos, ya sea por
la identificación con la vida de Pizarnik, como con sus escritos, no sólo
poéticos, sino también su prosa, como su diario, el texto La condesa
sangrienta y algunos ensayos sobre poesía.
Alejandra
nació en Buenos Aires el 29 en abril de 1936 y su obra poética está compuesta
por los libros: La última inocencia
editado en 1956; Las aventuras perdidas
editado en 1958; Árbol de Diana
publicado en 1962; Los trabajos y las
noches de 1965; Extracción de la
piedra de la locura publicado en 1968; El
infierno musical de 1971; y póstumamente se publicaron El deseo de la palabra en 1975 y Textos de sombra en 1982
Alejandra
Pizarnik tiene una cercanía con Colombia porque fue colaboradora de la revista Mito
e inició una relación de amistad con Jorge Gaitán Durán en París a inicios de
los años sesenta. De la amistad entre Gaitán Durán y Pizarnik, Pedro Gómez
Valderrama nos cuenta de una carta que le envió Pizarnik pocas semanas después
de la muerte del poeta colombiano: “Quisiera comunicarle mi dolor por la muerte
de Jorge Gaitán Durán. Nos habíamos hecho amigos, y estuve con él unos días
antes del horrible accidente... Justamente cuando le conocí pensé que nunca
había visto a un poeta tan solar, con tantas ganas de vivir. Lo sucedido no
sólo me produjo dolor, sino ira...”[1]. Cabe
anotar que una de las primeras publicaciones de los diarios de Alejandra (1960
y 1961) se hizo en la Revista Mito (números 39 y 40 de 1962).
CONCEPCIÓN DE LA POESÍA EN
ALEJANDRA PIZARNIK
Alejandra
Pizarnik piensa en la poesía, no como un género literario limitado por las
palabras, sino como manifestación artística que abarca otros géneros y otras
artes, para ella la poesía está más allá del lenguaje de las palabras, de este
modo cuando hace referencia al libro de Julio Cortázar Historias de Cronopios y Famas, nos dice que las acciones que
realiza ésta singular familia: “representa algo profundamente trágico: la
irrupción de la poesía y de lo maravilloso en lo que nos dan como realidad.
Esta familia, con su inocencia obcecada, decide concretar la imposible empresa
de la poesía: encarnar, transformar en acción lo que por no sé qué error sólo
habita en las páginas de los libros, en las canciones, en los sueños y en los
deseos más lejanos”[2]. De este modo la poesía no se limita a las
barreras del poema, la poesía trasciende los géneros literarios, los supera y
los amplía, ya que para el mundo moderno, las ideas y los conceptos se han ido
transformando según las necesidades del poeta y de la época.
Claro
está que para ella, la poesía, más que a una relación con una época histórica
determinada, más que un producto social, obedece a las necesidades interiores
del poeta, a su realidad interna, a su mundo personal. Por eso ella ve la poesía:
“no como substitución, sino como creación de una realidad independiente ―dentro
de lo posible― de la realidad a que estoy acostumbrada. Las imágenes solas no emocionan, deben ir
referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia”[3].
Esta idea se percibe mejor en sus poemas, ya que en ellos no hay alusiones
a lugares o personas, no hay referencias externas, sus poemas remiten a las
visiones oníricas del poeta, a un mundo abstracto creado dentro de ella: “nada
peor que buscar sobre qué escribir.
Mejor escribir sobre lo que puedo, es decir sobre mí, para un día llegar
a escribir sobre lo que quiero”[4]. La
poesía de Pizarnik se centra en ella misma, tanto así que crea a una Alejandra,
nombrada por la autora en sus poemas, que se interroga sobre la poesía misma y
sobre ella misma, como se aprecia en el poema La enamorada:
Esta
lúgubre manía de vivir
Esta
recóndita humorada de vivir
Te
arrastra Alejandra no lo niegues[5]
O
en el poema Sólo un nombre:
Alejandra
Alejandra
debajo
estoy yo
alejandra[6]
En los poemas aparece Alejandra como protagonista
de los mismos, Pizarnik crea a la protagonista de sus poemas que ella denominaría
como el personaje alejandrino, pero
con un yo escrito en tercera persona, que permite un alejamiento del yo de
poeta, sin desligarse del mismo.
El
personaje alejandrino fue construido tanto en su vida como en su obra, en cierta
forma se crea a si misma con la imagen de poeta en el mundo moderno, al
respecto nos dice Carlos Luis Torres: “Alejandra ha construido un personaje
poético y anatómicamente coherente: Ella es un ser producto de lo urbano, tiene
la connotación del desarraigo pues no posee raíces locales, vive la nostalgia
de su auto exilio interior (…) busca el silencio como un colchón para su
tristeza. Además ya había cambiado de hábitos y de nombre: Alejandra a secas,
desaliñada, poeta nocturno, sufría constantes dolores de cintura y de espalda,
tomaba analgésicos por cantidades, anfetaminas, pastillas para dominar el
insomnio y otros hábitos coherentes con esa imagen que quería proyectar, como
el desaliño y las expresiones obscenas, entre otras”[7]. Si bien
Pizarnik se ve a sí misma como poeta, no se pregunta por la poesía argentina,
por sus deficiencias o valores; para ella el ejercicio poético es algo muy
íntimo donde lo que más le concierne es la poesía misma, su producción en
sí. Pizarnik no se cataloga dentro de
grupo alguno o dentro de una determinada escuela, si bien toma los elementos de
la tradición que favorecen a su obra, éstos no se convierten en un dogma o en
una mecanización de la escritura, como cuando hace suya la propuesta
surrealista de convertir la vida en un acto poético, o dice abiertamente creer
en la inspiración, al tiempo que considera a la poesía como un artificio del
lenguaje.
A
la hora de definir su idea de la poesía, Pizarnik nos dice “poesía es
lirismo. La poesía es experiencia, así
decía Rilke. Y yo digo: experiencia de
la palabra”[8]. De este modo se acerca más a la afirmación
de Mallarmé, de que la poesía está compuesta por palabras, el poema es una
construcción de palabras más que de emociones o ideas. Pero también afirma: …De pronto me di cuenta
de lo que es la poesía, quiero decir, leyendo y releyendo poetas muy distintos
sentí cierto ritmo, cierta iluminación, cierta vivencia distinta del lenguaje.
Mis últimos poemas son lo mejor que hice —año de 1961—. (¡Y qué hice!). Pero no
me contentan,. Confieso tener miedo. Sé que soy poeta y que haré poemas
verdaderos, importantes, insustituibles, me preparo, me dirijo, me consumo y me
destruyo”[9].
EL PROCESO CREADOR EN ALEJANDRA
PIZARNIK
El
proceso creador es uno de los temas de mayor discusión en la lírica moderna,
que va desde los extremos de un Mallarmé que plantea la poesía como algo
sagrado, producto de un proceso intelectual en el que no media el yo individual
del poeta, donde éste desaparece para dar espacio a las palabras. Para Mallarmé
la poesía es el resultado de un arduo trabajo con la palabra; Paul Valéry citando una conversación
entre Degas y Mallarmé, dice que el poeta francés le responde al pintor: “No es con las ideas, mi querido Degas, con
lo que se hacen lo versos. Es con las palabras”[10].
En el otro extremo está el movimiento dadaísta
que pretendía desacralizar la institución artística. Para ellos la poesía,
entre otras cosas, era obra del azar, como lo muestra un famoso poema de
Tristan Tzara: “Tomad un periódico, tomad unas tijeras, recortad después las
palabras, metedlas en una bolsa, agitadla...”[11] De este tipo de extremos
está alimentado el siglo XX, con poetas y movimientos que rescatan la tradición
literaria así como otros que tratan de destruirla. Hugo Friedrich nos da un claro ejemplo de
estas oposiciones cuando afirma que para Paul Valéry: “el poema debe ser una
fiesta del intelecto”[12], y para André Breton: “el
poema debe ser la derrota del intelecto”[13]. Los poetas venideros y
representativos del siglo XX oscilarán entre estas dos perspectivas, pero esto
no quiere decir que sean posiciones incompatibles.
Para
Alejandra Pizarnik, el poema, la creación poética, está más cerca del misterio,
de una indefinible voz que dicta los poemas, ya que es esa voz la que le otorga
a la palabra la fuerza poética: “...llegado el instante de escribir un poema,
no soy más que una humilde muchacha desnuda que espera que lo Otro le dicte
palabras bellas y significativas, con suficiente poder como para izar pobres
tribulaciones y para dar validez a lo que de otra manera serían desvaríos”[14]. Este Otro lugar de donde es dictado el
poema no tiene una determinación fija, ya sea dentro de la conciencia o del
inconsciente del poeta o de una realidad invisible para el poeta, pero estas
palabras recuerdan a los vates clásicos, quienes invocaba a la musa para que
les dictara sus versos y ser ellos entes mediadores en sus obras. También estas palabras de Pizarnik nos trae
ecos del Surrealismo, de la escritura automática, en la que el escritor es
ajeno a lo que escribe, como lo expresa André Breton en el primer manifiesto
surrealista, cuando plantea un juicio a un posible escritor que es acusado de
inmoral por su obra, siendo ésta resultado del método surrealista, “en su
defensa se limita a proclamar que él no se considera autor del libro en
cuestión, ya que éste tan sólo puede considerarse como una producción
surrealista que excluye todo género de consideraciones acerca del mérito o
demérito de quien lo firma, ya que el firmante no ha hecho más que copiar un
documento, sin expresar sus opiniones y que es tan ajeno a la obra nefasta cual
puede serlo el mismísimo presidente del tribunal que lo juzga”[15]. De esta forma el proceso creador se asemeja
al sueño, a un estado alejado de la realidad, donde el poeta no es el dueño de
su mente, sino que ésta se encuentra separada del sujeto en sí.
Pizarnik
se aleja del Surrealismo cuando plantea que luego de aparecido el poema, éste
debe ser trabajado, debe pasar por un proceso consciente de correcciones, de
limpieza, de hacer que esa materia primigenia se acerque más a los deseos del
poeta, que esa voz que le habló inicialmente se transforme en la voz de
Alejandra y en el dolor que la
habita.
Otro
rasgo importante en el proceso creador de Pizarnik es que éste no está mediado
por la sociedad ni las circunstancias históricas. Digamos que el germen del
poema surge de la confluencia de las circunstancias personales y emotivas del
poeta, que en un momento dado entran en armonía. En cierta forma coinciden para
que surja el poema o lo que será la materia prima de un poema: “...sé que cada
poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre. No se puede escribir con la imaginación sola
o con el intelecto solo; es menester que la infancia y el sexo y el corazón y
los grandes miedos y las ideas y la sed y de nuevo el miedo trabajen al unísono
mientras yo me inclino hacia la hoja, mientras yo me despeño en el papel e
intento nombrar y nombrarme”[16].
Pero
de dónde proviene ese germen primario que da origen al poema, de qué materia
está hecho y qué lo hace brotar, no es algo que Pizarnik defina directamente.
Lo que sí es explícito en ella es el trabajo sobre el lenguaje que requiere el
poema, el volcarse sobre la hoja, sobre la materia primigenia para sacar a la
luz al poema.
Tal
vez lo más seductor y tierno en Alejandra es su proceso de composición, porque
es muy lúdico. Tiene alguna similitud con el poema de Tristan Tzara descrito antes.
Pizarnik afirma haber inventado una máquina de escribir poemas. Aunque tales
palabras eleven nuestra imaginación, el invento es más sencillo de lo que
creemos: “perfeccioné una máquina de escribir poemas que inventé a los
dieciocho años. Máquina que no es maquinal sino que permite tratar al poema
como si fuera un cuadro”[17]. Este tratar el poema como un cuadro nos
remite a la plasticidad del poema, al poema como un objeto sobre el cual se
trabaja. Nos lleva a la idea del poema como cosa, permite un alejamiento del
poema, crea una distancia entre el poema y su autor.
La
máquina nada maquinal de escribir poemas de Pizarnik consiste en lo siguiente:
“adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo, cambio palabras, suprimo
versos. A veces, al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin
saber aún su nombre. Entonces, a la
espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es
como un llamado ritual. (agrego que mi afición al silencio me lleva a unir en
espíritu la poesía con la pintura; de allí que donde otros dirían instante
privilegiado yo hable de espacio privilegiado)”[18]. Esta forma de escribir poemas es propia de
Pizarnik y de su obra, ya que sus poemas son cortos y se despliegan en la
página, como veremos:
AMANTES
Una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se
abre
a la delicada urgencia del rocío.
El poema se presta para este tipo de experimentos, ya
que dada su brevedad permite el juego con las posibles combinaciones de las
palabras no perdiendo la plasticidad de todo el texto, ya que se tiene a la
vista la totalidad del poema.
En
Pizarnik, el poema, como producto de una voz, es ajeno al poeta, por eso afirma
que: “escribo contra el frío y el miedo. En vano: algo me acecha. Alguien me
expulsa de mí. (...) quedan algunos poemas como huesos de muerto. Poemas que no
entiendo, que labro y modifico en mis noches de miedo”[19], y es esa voz la que
deslumbra al poeta porque después de todo ese proceso creador y del juego de la
composición afirma que se sorprende al encontrar poemas terminados.
Para
Alejandra la música de las palabras es la detonante de la poesía. Pizarnik afirma que lee y compra libros para:
“coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un
clavo, dejarlas en mi inconsciente como quien no quiere la cosa, y despertar,
en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho”[20]. Esta forma de coleccionar palabras es un
dejarse llevar por su música más que por su significado, es tratar de hallar en
las palabras sus sentidos ocultos, sus posibilidades interpretativas, develar
el misterio con que llegaron al mundo, ser en cierta forma, el oficiante de un
rito que detonara su significado.
FUNCIÓN DE LA
POESÍA Y LA RELACIÓN ENTRE POESÍA Y SOCIEDAD EN
ALEJANDRA PIZARNIK.
Dice
Rafael Gutiérrez Girardot que el artista ante esta sociedad que lo rechaza y lo
aparta, “reaccionó con un gesto romántico. Rechazó la sociedad burguesa que lo
marginaba y al mismo tiempo reflexionó frente a su situación en esa sociedad
que, por paradójico que parezca, le deparó no solamente la libertad artística,
sino también la posibilidad de nuevas y complejas experiencias”[21]. Ya que en la sociedad moderna no se considera
la escritura de poesía como una profesión, ya que es casi imposible vivir de
ello, porque el mundo actual está dominado por la premisa el tiempo es oro,
de allí que se percibe la poesía como una actividad inoficiosa, producto del
ocio del poeta. Ante esta situación cabe
hacer una pregunta, que si bien nace con Hölderlin y su usada afirmación “Para
qué poetas en tiempos aciagos”, ahora nos preguntamos, ¿qué papel desempeñan
los poetas en la sociedad moderna? ¿Para qué un poeta y para qué la poesía en
tiempos utilitarios? ¿Cuales son los deberes y derechos del poeta y de la
poesía para con su sociedad? A todos
estos interrogantes se enfrentó Alejandra Pizarnik, siempre en sus respuestas y
en su obra tratando de desligar la
poesía como una forma de transmitir conocimientos, valores religiosos o
políticos, que era lo característico en la poesía latinoamericana del siglo XIX
e inicios del XX, ya que muchos poetas veían en la poesía una función
comunicativa.
Para
hablar de la relación entre poesía y sociedad, nos acercaremos a la relación
vida y poesía o vida y arte. Lo que nos recuerda a grandes poetas que por
entregarse a su obra, por sus búsquedas con la palabra descuidaron sus vidas,
como el caso de Verlaine o de Poe, quienes al no poder conciliar con su tiempo
fueron llevados a la humillación y al rechazo social. Alejandra Pizarnik nos
recuerda a algunos de estos artistas y su malograda vida: “aquella afirmación
de Holderlin, de que la poesía es un juego peligroso, tiene su equivalente real
en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de
Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de
Lautreamont, la vida y la obra de Artaud... Estos poetas, y unos pocos más,
tienen en común el haber anulado ―o querido anular― la distancia que la
sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida”[22].
Pizarnik plantea como característica entre estos autores el rechazo que
sufrieron socialmente y que, después de muertos, no importa qué tan viles hayan
sido sus vidas, la sociedad termina por aceptarlos y por hacer de sus obras
modelos a seguir y valores artísticos de un país o de una sociedad determinada,
sus rupturas formales se convierten en convenciones dentro de una tradición. Es
como afirmar que todas estas rupturas tienen su fin cuando la sociedad las
acepta y las hace parte de su historia y de su tradición, sin que se presente
un verdadero acercamiento entre el artista y su sociedad.
Para
Alejandra Pizarnik, el compromiso que puede tener un escritor se da con su
obra, más que a partir de una relación directa con su tiempo. Para ella es
importante el hecho de que la poesía no sea considerada una actividad
productiva como tal, porque en su soledad y su aislamiento en su apartamento en
Buenos Aires, Alejandra reflexiona al respecto:
“tampoco es posible hacer solamente poemas. En cambio sí es posible
pintar todo el día o escribir novelas. Tal vez el mito del poeta que sufre,
cuyos ‘únicos instrumentos son la humillación y la angustia’ viene de esta
imposibilidad de hallar un ritmo de creación,
una continuidad, un hacer día a día”[23]. Para Alejandra, lo
fundamental en la poesía es el conocimiento del poeta de sí mismo, el volcarse
sobre su subjetividad para crear poemas que tengan eco en los lectores.
Para
Pizarnik la función de la poesía en la sociedad moderna sería, en cierta forma,
terapéutica. El poema narra el dolor o
la angustia que se siente, porque el poeta puede expresar las sensaciones y
puede, al nombrarlas, ser consciente de ellas; de esta forma al ser leídas, el
lector puede aprehenderlas, conocerlas y hacer que la sensación
desparezca. Pizarnik narra en su diario
un suceso por el cual cree en esta especie de catarsis: “¿Cómo escribir lo que
me contó K. durante tantas horas? Cuando
leyó un poema mío (muy doloroso) me dijo que se sintió mejor, que mi poema fue
como un bálsamo para ella. Y yo pensé
que tal vez la poesía sirve para esto, para que en una noche lluviosa y helada
alguien vea escrito en unas líneas su confusión inenarrable y su dolor”[24].
Más
adelante Pizarnik profundiza en tales afirmaciones cuando al referirse a la
obra de Henri Michaux y la relación que ésta tiene con sus lectores. Ya que —para
Alejandra— la obra de Michaux aparte de brindar placer estético, produce toda
una limpieza y una purificación para quienes se acercan a ella: “¿No se ha
dicho que el poeta es el gran terapeuta? Michaux lo viene demostrando mejor que
ninguno... Sus poemas no son solamente testimonios de la mejor poesía de
nuestro siglo, sino también ejercicios de liberación y modos de
conocimiento. Y lo extraordinario es
que, al ser tentativas individuales del hombre Michaux para exorcizar sus propios
sufrimientos y sus propias obsesiones, ayudan y consuelan más al lector que
tantos otros colmados de bondadosos sentimientos de fraternidad humana”[25]. De esta forma tendría la poesía una función y
un acercamiento a la sociedad como tal, con un sentido específico y con una
función específica que vendría a darle un lugar prestigioso en el mundo, ya que
no sólo liberaría al escritor de sus dolencias espirituales, sino que también
purificaría al lector; pero lastimosamente Pizarnik parece ser ajena a este
proceso purificador, ya que la lectura de poesía y la escritura de poesía, no
la libera de sus traumas u obsesiones: “¿La poesía me ayuda? No. Ni escribirla
ni leerla. Es esto lo que no quieres decirte desde hace años. Claro. La poesía
produce una soledad tan bella... la verdad es otra: no hay que escribir”[26].
Pizarnik
se centra en su problema individual, de ella como poeta y ser humano. A partir
de sus angustias y de sus miedos, ella dice escribir para que no suceda lo que
teme, para que sus miedos no se materialicen, es ambivalente en cuanto a este
efecto catártico del poema, espera una revelación, una cura para su angustia a
través de la palabra, pero la angustia regresa y con ella sus miedos: “Entre
otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere
no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka).
Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer
poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la
desgarradura. Porque todos estamos heridos”[27]. Este acercamiento a la poesía nos recuerda
al poeta irlandés Seamus Heaney, quien, en su ensayo El curioso caso de
Nerón, el coñac de Chéjov y un aldabón
afirma algo similar. Dice Heaney que la escritura de los ensayos le han ayudado
“a mitigar este dolor y, en cualquier caso, a verificar algo en lo que creo:
que la poesía tiene un poder redentor tan elevado, y seguramente tan ilusorio,
como el amor”[28].
Para
Pizarnik hay un abismo entre la poesía y la sociedad, presente ante todo por no
tener ésta una función determinada. Pizarnik
se refugia en sí misma para huir de su tiempo, no hace de su poesía
materia de promoción política o religiosa. Para ella la poesía sigue teniendo
principios sagrados. A pesar de los intentos del hombre por desacralizarla,
mantiene ella su elevada esencia y su camino exigente para asirla y mantenerla
como compañera de viaje.
Lastimosamente
la mañana del 25 de
septiembre de 1972, una dosis intencional de barbitúricos le tranquilizó el
espíritu para siempre. Días antes en su diario escribió “Dediqué mi vida a la
poesía y ahora descubro que la poesía no le importa a nadie”.
[1] Gaitán Durán, Jorge. Obra literaria. Poesía y prosa. Instituto
Colombiano de Cultura. Bogotá. 1975. Pg. 15-16.
[2]
Pizarnik Alejandra. Prosa completa. Editorial Lumen. España. 2002. Pg. 199.
[3] Pizarnik Alejandra. Diarios. Editorial Lumen. España.
2003. Pg 79.
[4] Ibid. Pg. 232.
[5] Pizarnik Alejandra. Obra completa. Editorial Árbol de Diana.
Colombia. 2000. Pg. 43.
[6] Ibid. Pg. 156.
[7] Internet.
[8] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Pg. 153.
[9] Correspondencia. Pg. 50 – 51.
[10] Valéry Paul. Teoría
poética y estética. Visor.
Madrid. 1998. Pg. 83.
[11] Raymond Marcel. De
Baudelaire al surrealismo. Fondo de Cultura
Económica. México. 2002. Pg. 237.
[12] Friedrich Hugo, La estructura
de la lírica moderna. Seix Barral. Barcelona. 1974. Pg. 186.
[13] Ibid. Pg. 186.
[14] Op. Cit.
Alejandra Pizarnik. Diarios. Pg. 80 - 1957
[15] Micheli Mario de. Las vanguardias artísticas del siglo XX.
Alianza. Madrid. 1993. Pg. 350.
[16] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Diario. Pg. 91 –1957.
[17] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Diario. Pg. 238 - 1962
[18] Pizarnik Alejandra. Correspondencia. Lumen. Barcelona. 2001.
Pg. 57.
[19] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Diario. Pg. 301- 1962.
[20] Ibid. Pg. 198 - 1961
[21] Gutiérrez Girardot Rafael. Modernismo. Supuestos Históricos y Culturales. Universidad Externado de Colombia – Fondo de
Cultura Económica. Bogota. 1987. Pg. 54.
[22] Op. Cit. Pizarnik Alejandra.
Prosa completa. Pg. 269. (1965)
[23] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Correspondencia. Pg. 53.
[24] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Diarios. Pg 302. (1962)
[25] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Prosa Completa. Pg. 207. (1964)
[26] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Diarios. Pg. 319. (1963)
[27] Op. Cit. Pizarnik Alejandra. Prosa completa. Pg. 312. (1972)
[28]
Heaney Seamus. De la emoción a las palabras. Anagrama. Barcelona. 1996.
Pg. 156.
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